El primer día del resto de tu vida (Rémi Bezançon, 2008)

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Es curioso que el cine familiar adulto proveniente de Francia, un género comercial que en primera instancia debería buscar líneas convencionales y de sencillez lacrimógena, sea en estos tiempos modernos uno de los géneros que más experimenta con la estructura, las posibilidades narrativas y los hilos argumentales cruzados y paralelos.

 

Unos hilos argumentales que ya no buscan tracerías narrativas ni genialidades estructurales, sino simplemente la manera de darle la vuelta a historias convencionales, de narrar con mayor fluidez y agilidad las historias de siempre, de una manera que, buscando siempre la originalidad, suele olvidar sus objetivos primordiales para regocijarse en la dudosa brillantez que consiguen sus giros y golpes de efecto.

 

‘El primer día del resto de tu vida’ se nutre de esa búsqueda de juegos narrativos para poder contar, ágil y tramposamente, la vida entera de una familia a través de cinco capítulos, cada uno con un miembro familiar como protagonista. Las historias paralelas y los argumentos secundarios se van filtrando alrededor del capítulo principal para formar un mosaico que pretende representar la vida en su más amplia concepción.

 

Que los actores estén soberbios, y que las disciplinas técnicas sean prodigiosas en cada uno de sus aspectos, no resulta ya sorprendente en un filme del género y del país del que proviene la cinta. La confluencia perfecta entre técnica, interpretación y puesta en escena ayuda a que incluso los momentos más flojos de esta descafeinada epopeya familiar resulten agradables de seguir.

 

El filme se convierte entonces en una delicia que se disfruta de principio a fin, y que parece disculparse continuamente de algunas ingenuas lagunas y de sus flashbacks llenos de torpeza en favor de ilustrar un relato entrañable, emocionante y bien construido que, de otra manera, resultaría imposible de contar.

 

Sin embargo, las intenciones de la película, de la épica generacional, resulta tan pretenciosa que cae en su mayor error: el de tratar de mezclar el tono humorístico con una historia dramática, que avanza por momentos en el melodrama, pero que nunca se acerca al humor salvo un puñado de chistes fáciles que están a punto de echar a perder la obra y que suponen un claro insulto a la inteligencia de sus espectadores.

 

Esa mezcla de géneros, esas ínfulas de resultar una película grandiosa y una experiencia soberbia, esos saltos incoherentes entre el humor y el llanto, que pretenden recrear la vida misma pero que caen en el artificio, esa facilidad para dispersar el relato y tratar de densificarlo a través de pequeñas naderías, es su mayor punto débil. Haber confiado en la simple historia que quiere contar en su superficie hubiera bastado para crear una obra de gran interés y de menos efectismo gratuito.

 

Que nadie piense, pues,  que va a encontrarse con otra película cercana al modelo de Robert Altman con su ‘Vidas Cruzadas, o a la más cercana geográficamente, ‘Besen a quien quieran’. Se trata, sencillamente, de un relato que propone la emoción fácil y que debe más al modelo de cine de Jean-Pierre Jeunet y su ‘Amelie’ que a ningún otro.