Still Walking (Hirokazu Kore-eda, 2008)

StillWalking

Kore-eda siempre ha cimentado sus películas en torno a la figura de los grandes autores. Si bien en la gran mayoría de sus filmes se fijaba en modelos de su país de origen o bien trataba de buscar los caminos que apuntaban sus compañeros de generación, en ‘Still walking’ la figura cinematográfica más reconocible es, sin embargo, la de John Ford.

 

El autor traza un relato en torno a una familia y a su visita de un fin de semana, a sus relaciones entre ellos y a cómo se destapan las antiguas rencillas, los miedos y las alegrías de una manera contemplativa y llena de exquisita hermosura.

 

La madre es el personaje quizás más reconocible para establecer simetrías y semejanzas entre esta obra y el discurso cinematográfico de John Ford, pero también lo son las cuidadas escenas familiares, o los largos paseos fuera de la casa que parecen contar más de lo que parece.

 

La poesía se sumerge en la película en cuanto una mariposa se adentra en la habitación, y la madre intenta perseguirla. La confrontación entre la espiritualidad de la madre frente a  la razón de sus hijos resulta entonces evidente, y el conflicto generacional se pone de manifiesto de una manera abrumadora, contado a través de sus imágenes. La presencia de Yasujiro Ozu, por fin invocada, ilumina con uno de sus temas recurrentes la escena más bonita de la película.

 

A pesar de sus logros estéticos, y la belleza de todos y cada uno de sus planos, la acostumbrada ausencia de ritmo de Kore-eda resulta aquí determinante para trastocar la narración. El ritmo pausado, y las interminables conversaciones con un plano fijo que parecen no terminar nunca, resultan demoledoras. Los momentos hermosos se confrontan con el tedio de otras numerosas escenas y dan pie a una obra irregular, como toda la filmografía de su director, pero nunca exenta de estímulos ni sugerencias.

 

‘Still walking’ es, pues, un plato que resulta agradable sólo al paladar de unos pocos amantes del cine contemplativo, de aquellos que saben apreciar en la pureza de las imágenes, en la ausencia de ritmo, en los silencios, en las escenas y los diálogos cotidianos una doble lectura llena de riqueza y de simbolismos. Es entonces, a los ojos de esos espectadores, donde la película resulta una experiencia maravillosa.