Swimmer (Lynne Ramsay, 2012)

El cortometraje Swimmer nació como encargo de la BBC con motivo de las Olimpiadas de Londres en 2012, con el deseo de ensalzar los valores del deporte en la etapa previa a la celebración de los juegos al tiempo que promocionar la imagen del Reino Unido como reclamo turístico. A partir de aquella premisa, irónicamente un encargo en su origen, Lynne Ramsay encuentra una total libertad para filmar. Olvida las trampas y los efectismos recurrentes con los que ha construido su particular filmografía y se atreve a dar un paso adelante con el que firmar una obra completamente libre. Es por ello por lo que Swimmer es su mejor película.

El cortometraje no tiene diálogo alguno. En su lugar, una hermosa selección de audio de otras películas se une a una cuidada banda sonora en la que se suceden sugerentes efectos de sonido y poderosas piezas orquestales. La cámara Phantom, con la que se filman numerosas pruebas deportivas con objeto de poder ofrecer nítidas repeticiones a cámara lenta, se utiliza aquí bajo hermosos fines expresivos. Blanco y negro para concebir unas imágenes oníricas. La cámara lenta para poder recoger el hermoso movimiento del cuerpo al avanzar a través del mar. Swimmer es tanto una pieza de arte ingobernable como un sincero y alucinado homenaje a la belleza del cuerpo y a sus capacidades.

La autora de Tenemos que hablar de Kevin (2011)  utiliza las costas de su país para filmar a un nadador que lo atraviesa a nado. De repente el deporte se filma como auténtica travesía vital, como aventura, como acto de valentía. Swimmer es fascinación por el movimiento, por la belleza de los gestos del cuerpo y por su relación con el entorno. Pero la directora no entrega una obra complaciente ni tampoco un puro manifiesto estético sin discurso interior. De ahí viene su grandeza, que no se trata simplemente de una colección de imágenes hermosas y perturbadoras como puro reclamo visual, sino de las lecturas que todas aquellas esconden. 

Ramsay, con ese propósito, centra su historia en aquellas cosas que teme, en las cosas que le dan miedo y que encara con la misma valentía con la que su nadador atraviesa todos los mares. Teme tanto esa cara del deporte en la que la infancia queda sacrificada con motivo de formar a un deportista de élite, que la realizadora convoca a los niños perdidos para que ataquen a su navegante. Una manera de evocar el espíritu de todas esas infancias perdidas que la historia del deporte ha dejado a su paso, una forma de regalarles un lugar en el mundo, de aclarar que nunca se han perdido sino que se han quedado perdidas en una isla remota. El otro gran miedo de Lynne es la propia ciudad. Teme que la propia Londres y sus cegadores fuegos artificiales ayuden a olvidar la belleza de los cuerpos en su travesía a través del mar, el acto de valentía que supone atravesar la vida a nado. 

Por eso, en su tramo final, la directora deja que fluya la cadencia de su nadador, mientras observamos su avance al tiempo que escuchamos la Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis, compuesta por Vaughan Williams, aquí convertida casi en un himno, en una celebración que encumbra la belleza del gesto. Swimmer supera, finalmente, todos esos temores, y asume que su vocación es la de observar al hombre que nada, fijar su atención en esos largos planos a cámara lenta para descubrir la belleza del gesto humano.

Fotografiado de manera impecable, las imágenes resultantes proponen tantas lecturas diferentes que es difícil no rendirse ante ellas. Lo importante es su capacidad para generar desconcierto, para embelesar a partir de sus hermosas imágenes sin revelar nunca del todo su verdadero significado, aún cuando todo lo filmado desprenda una honestidad e identidad propia fuera de lo común. Hay algo inaprensible en las imágenes de Swimmer que hacen de él una obra única. Algo salvaje, también. Algo que Lynne Ramsay lleva buscando desde que comenzara a hacer cine y que encuentra, por fin, en este pequeño espacio. Esta pequeña travesía a nado es, por el momento, la obra que más se acerca a su infatigable deseo de sobrecogernos a partir de imágenes perturbadoras.