Searching for Sugar Man (Malik Bendjelloul, 2012)

Conviene ubicar de manera razonada las conquistas del género documental antes de dejarse arrastrar por la travesía emocional que ofrece Searching for Sugar Man. ¿Estamos ante una gran película, o ante una gran historia? Es una cuestión delicada, pues la ambigüedad del género impone una permisividad sobre la puesta en escena y la narrativa de sus imágenes que lo acercan a la estética de un programa de televisión y lo alejan progresivamente del lenguaje cinematográfico.  

A partir de esa permisividad el cine se desdibuja y entran en juego otro tipo de elementos que poco tienen que ver con la especificidad del medio. Ya no es tan importante cómo narrar los acontecimientos, sino sorprender con los hechos. Otro tipo de espectáculo. Y es necesario ahondar en esta distinción porque la capacidad reflexiva de la historia que cuenta este documental no proviene nunca de su manera de poner en pantalla lo que ocurre, sino de los valores morales que se ponen en juego en el relato y de su contexto inverosímil.

De modo que para quien entienda el cine como una burda manera más de que le cuenten historias, el relato del músico que fracasa en Detroit pero se convierte, sin saberlo, en un ídolo de masas en Sudáfrica es un documento sublime. Atendiendo a la riqueza de lenguaje fílmico, el largometraje se revela como otra cosa. ¿De donde vienen, si no, esas campañas de marketing que nos advierten: “Tienes que verla”, “te cambiará la vida”, o el inefable rótulo de “Emocionante”, más que de centrar la atención en las bondades de lo que se cuenta y evitar el énfasis en cómo se cuenta?

El problema aquí es que no se trata de una serie de elementos que trasciendan al propio cine, sino que lo sustituyen. El arte de dejar con la boca abierta al espectador se ha convertido en algo con poca relación con lo cinematográfico, se ha ido acercando más al asombro de la pirueta de un acróbata que a la capacidad reflexiva de unas imágenes que cuenten un relato con el que las palabras parezcan quedarse sólo a medio camino. ¿Pero qué esconde Searching for Sugar Man que consiga sobrevolar esa peligrosa condición al que la someten sus procedimientos?

El documental ha sido notablemente estructurado, hábilmente montado, para que la travesía se convierta tanto en una grandilocuente anécdota de lo insólito como en la crónica de un personaje inspirador. Pero sus mayores virtudes vienen sobre todo de lo que narra, y no de la manera en que lo hace. En primer lugar, el material se convierte en un cercano y creíble testimonio de la perseverancia, de la constancia y del esfuerzo, de los sueños cumplidos a base del trabajo duro que debe acompañar al talento. También es un testimonio de frustraciones y de preguntas sin respuesta, como es un fascinante retrato, en esencia, del paso del tiempo y de las ilusiones que la vida se encarga de enterrar a su paso.

Se trata también de un documento apreciable para el alma del músico, un alimento que reconcilia con esa utópica idea de la dedicación incansable y permanente y que, por lo imposible de lo narrado, invita a soñar. Pero por encima de todo, lo que más inspirador resulta es el comportamiento ejemplar de una persona tan sencilla que la impensable leyenda del triunfo de un músico al otro lado del mundo termina transformándose en el cuento de una persona con los pies en la tierra como filosofía de vida. La historia del éxito rotundo y justo queda ensombrecida, esta vez, por la del hombre que sabía ser feliz con las pequeñas cosas.