Lincoln (John Williams, 2012)

Justo un año atrás, también en una película de Steven Spielberg, John Williams firmaba con Remembering Emilie, and Finale una de sus más hermosas piezas de los últimos años, en ese estilo transparente y ligero que termina resultando más conmovedor que los esfuerzos al completo de cualquier otro compositor. Aquella partitura con la que terminaba la banda sonora de War Horse incluía unas pocas frases que, sin llegar a constituir un tema por sí mismas, sí se convertían en un diálogo recurrente, casi un leitmotiv en el que poder aunar el carácter emotivo de la película con aquel sentimiento patrio que destilaba la cinta.

Aquella misma frase musical, casi idéntica, es la que vertebra el discurso musical de Lincoln, este nuevo trabajo que parece continuar el espíritu de aquella anterior colaboración entre el célebre cineasta y el maestro Williams, quizás porque el nuevo proyecto intenta hablar de la historia americana y eso también exige música que glorifique los colores de una bandera que ha recibido no pocos homenajes a lo largo de la historia del séptimo arte, y en parte porque los materiales de aquella War Horse quedaban a medio desarrollar en tanto que el filme discurría por los senderos de la aventura juvenil y no por los de la película convencional que ensalza el orgullo de la nación. No se trata pues de un mero plagio, o de reutilizar materiales de una manera apática, sino de reconducir una antigua idea que había quedado en el aire hacia nuevos bríos, hacia una poética menos discursiva, menos descriptiva.

En ese sentido la banda sonora de Lincoln ofrece muy poco relieve en su estructura y un desarrollo mucho más plano, en tanto que acompaña la acción pero nunca subraya sus contenidos. Existe en ella, además, un sentimiento de nostalgia por el hecho de ilustrar una época pasada y unos acontecimientos determinados que se ilustran aquí con una ternura que hace pensar en la idealización que haya podido imprimir el realizador a su visión del primer presidente americano. De los pasajes con mayor carga emocional destaca “With Malice Toward None”, que ilustra bien ese compungido clima emocional que intenta explotar el trabajo en un sentido general. Tema orquestado únicamente con sección de cuerdas, lo que revela sus auténticas intenciones emocionales. 

Y llama la atención que esa pieza, centro neurálgico de la cinta, esté centrada en la sección de cuerdas de la orquesta, porque el grueso de la banda sonora está sustentado en los metales, especialmente las trompetas que aparecen fortaleciendo las dinámicas de mayor intensidad y llevando en muchas ocasiones el peso narrativo, lo que ayuda a reforzar ese sentimiento patriótico a partir de las cualidades innatas que se le atribuyen al instrumento. El problema aquí es que no existe una sola melodía para el recuerdo, y la partitura se centra en engrandecer, de una manera muy contenida, las escenas de la película sin superponerse nunca a ellas. Nunca un tema central, nunca una frase reconocible. La orquestación es tan elegante como las propias ideas que se manejan, provistas de esa sublime contención, no exentas de cierta solemnidad, pero la ausencia de una melodía poderosa o de un desarrollo con mayor sustancia lo convierte en un trabajo poco memorable.

The Purpose of the Amendment o Elegy son claros exponentes de esa música que sabe crear un clima conmovedor, alrededor de esa contención tan bien conducida, pero tan presente en todo el score que en ocasiones termina limitando unas sonoridades que no terminan de despegar. Todo parece construido bajo la intención de servir como fondo sonoro de acompañamiento y trabajar en base al cambio de dinámicas y juego de intensidades cuando la acción alcance puntos importantes del argumento. Ninguna intención discursiva.

En piezas como el comienzo con piano de The Blue and Grey es donde se adivina una intención fallida de construir climas emotivos sin demasiado esfuerzo. Los acordes se suceden bajo una progresión anodina y la melodía del piano se mueve bajo los espacios armónicos sin encontrar el más mínimo atisbo de inspiración. Es entonces cuando la partitura se revela como trámite compositivo. La música está ahí como acompañante pero no aporta absolutamente nada a las imágenes más que un refuerzo que resulta intrascendente. La presencia de una música insustancial puede hacer daño en el sentido de relegar buena parte de los contenidos de la cinta a los lugares comunes del cine convencional y previsible.

Este proceso también se percibe en los cortes más despreocupados del score, como Getting Out the Vote, una pieza ligera con violín solista que vuelve a construirse bajo melodías sin carácter discursivo. La presencia del violín vuelve a ser protagonista en Freedom’s Call, una de las piezas más remarcables del álbum, aunque de nuevo si uno compara esta composición con otras obras de John Williams con el violín como solista (la propia pieza remite al tema principal de The Patriot (Roland Emmerich, 2000) pueden percibirse las vueltas en círculo que da aquí la composición sin llegar a ningún lugar que genere un discurso emergente.

No puede hablarse de fracaso o de decepción ante un trabajo como este en tanto que cumple su cometido como tapiz sonoro para un proyecto que no utiliza la música más que como mero subrayado de lo que ya se narra a través de los diálogos o de las acciones de sus personajes. No es un trabajo notable, pero conviene matizar ese fracaso atendiendo a la tarea que desempeña realmente la partitura. El problema es más bien del oyente, que acostumbrado a los techos compositivos que ha alcanzado el músico a lo largo de su carrera, espera siempre la obra divina a través de un simple mortal.