Life of Pi (Mychael Danna, 2012)

El trabajo de Mychael Danna para Life of Pi supone el significativo testimonio de dos importantes cuestiones. La primera de ellas es la capacidad del compositor para asumir la banda sonora de una película de grandes presupuestos, con un trabajo que ha alcanzado una trascendencia en el medio que no lograba desde La tormenta de hielo (Ang Lee, 1997). La segunda es motivo de celebración. Se trata del hecho de encontrarnos frente al perfecto ejemplo de la banda sonora que, aún concebida como fondo musical y carente casi en su totalidad de discurso musical, no renuncia nunca a reforzar la emoción de las imágenes de la película a la que acompaña. 

De modo que es posible: puede hacerse música de calidad y que esta evite sobreponerse a la narración, sin ser nunca la protagonista del relato. El ejemplo perfecto es Meeting Krishna. El objetivo es enaltecer, propagar los sentimientos que desprende la historia también a través del plano sonoro, pero nunca servirse de él como narrador ni como un mero indicador de las emociones que debe sentir el espectador. A un lado pueden quedar las reacciones personales en cuestión de percusión étnica, de instrumentos de la cultura hindú o de desarrollos evidentemente comedidos. Lo importante es reconocer el triunfo que supone encontrar una película de gran presupuesto con una banda sonora que se aleje de todo convencionalismo, incluso cuando sus herramientas y recursos son tan propias del score comercial.

Hermoso comienzo con Pi’s Lullaby, que incluye voz femenina y una generosa percusión que estará presente a lo largo de todo el álbum. La música se centra en el poder emotivo de la voz para anunciar una historia que, ante todo, estará basada en la belleza del gesto de lo humano como motor argumental. El uso del acordeón en ciertos pasajes puede remitir a la reciente Hugo (Howard Shore, 2011), aunque el espíritu de esta música está bastante alejado de aquella. Pondicherry es uno de los cortes que también ayudan a pensar en una filosofía de lo condescendiente a la hora de confeccionar esta música, si bien escuchar la partitura completa disipa esa idea presente en los primeros cortes.

El tema de Life of Pi, si es que puede determinarse alguno, es un sencillo motivo de cuatro notas que suele enunciar una de las flautas a lo largo de todo el score, como ocurre en Appa’s Lesson, o con diferente tratamiento en Skinny Vegetarian Boy. La majestuosidad del trabajo puede percibirse a partir de temas como Tsimtsum, que incorpora de manera contenida, nada exhibicionista, un coro femenino para acompañar un pasaje sobrecogedor de esta partitura. Es otro de los triunfos: incluso con la plantilla orquestal más poderosa y rimbombante, Mychael Danna consigue que esta música suene contenida, minúscula, que sólo funcione como sólido y reluciente acompañamiento, no exento de profundidad musical pero nunca con deseos de protagonismo.

Un ejemplar uso de la percusión como potencial creador de atmósferas y de la habilidad con la que Danna construye sus climas y ambientes sonoros es The Whale. En él, una comedida orquestación capaz de construir un panorama envolvente y ensoñador se transforma en un elegíaco clímax lleno de sutilezas nada convencionales. Tiger Vision es otro buen ejemplo sobre la capacidad de obtener una profunda emoción sin que la música exceda siempre de ese segundo plano en el que desea encontrarse en todo momento. Partitura nada complaciente, plena de soluciones sorprendentes. Back to the World, que aglutina varios temas y pasajes en sus ocho minutos de desarrollo puede considerarse padre del tema mencionado anteriormente y también la más ambiciosa pieza de todas las que pueblan el álbum. En ella se dan cita todas las virtudes de la obra. ¿Cómo construir un tema memorable sin que absorba la narración en la pantalla? Aquí ocurre ese milagro, con un piano que aparece de la nada y se adueña del corazón del tema para desvanecerse del mismo modo en que llegó.

Tal vez Life of Pi sea más meritorio en tanto que se conozca la discografía del compositor hasta llegar a este punto. Se trata de un trabajo maduro, enormemente calculado, con una grabación fantástica que ayuda a apreciar la riqueza de las percusiones que se han incluido en la partitura. Es inevitable pensar en la habilidad de Ang Lee como director para extraer de los compositores con los que ha trabajado para el cine muchas de sus mejores obras. El sencillo triunfo que aquí acontece no es sólo la de la ausencia de protagonismo, sino la de la maestría al servicio de la sensibilidad. Sensibilidad de Lee. Sensibilidad de Danna. Regalo para el espectador.