La vida sin Grace (James C. Strouse, 2007)

 

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Nueva película al más puro estilo contemporáneo de los autores del oeste americano, en la línea de Tamara Jenkins y su ‘Familia Savages’ (ya comentada en esta página) o el tronco del que parece partir esta escuela accidental de autores, Alexander Payne, con títulos como ‘A propósito de Schmidt’ o ‘Entre Copas’. Un estilo estético muy concreto y unos autores con decisiones similares y geografías muy cercanas que los incluye a todos en un sub-género muy concreto del nuevo cine independiente americano.

La vida hay que afrontarla de cara, o eso parece querer decir James Strouse en muchas decisiones de dirección en las que aplica un evidente travelling que empuja a los personajes a encarar sus situaciones de frente, enfrentarse a ellas pese a que puedan estar llenas de dolor.

El resto de la dirección, y como derivación de ésta, su puesta en escena, están afectadas por una planicie tal que resta fuerza y progresión emocional a este tipo de relatos cotidianos. De hecho parece ser uno de los síntomas más característicos de esta oleada de autores y de ese propio tipo de cine: la parquedad escénica, incluso en algunos casos la ridícula actitud de regodearse en su evidente falta de medios. Éstos parecen aferrarse a la fórmula del cine independiente sólo a través de ciertas temáticas, planteamientos y, sobre todo, por sus decisiones estéticas. Y es en ese contradictorio juego de querer pertenecer a un género del que se desmarcan con claridad donde pierden gran parte de su identidad, terminan ahogados en su (sólo aparente) falta de pretensiones.

Sin embargo, ‘Grace’ se desmarca de sus predecesoras en algo con lo que todas parecen comenzar sus planteamientos y que todas traicionan a los diez minutos de haber comenzado: la sencillez. La sencillez narrativa y de puesta en escena. La delicadeza en cada uno de sus detalles y la calidez con que adopta

‘Grace’ es un pequeño cuento, una historia minúscula de gran hermosura, contada con las dosis justas de sentimentalismos que ésta requiere. A pesar de su nimiedad, todos los ingredientes están medidos con cautela, tratados con ternura. Una suerte de ‘road movie’ donde los personajes no marchan a encontrarse a sí mismos, sino a descubrir el drama que cambia sus vidas y que deben atreverse a afrontar para seguir adelante. Una película sobre la pérdida que trata también todo lo que rodea a la negación, al descubrimiento de uno mismo (a través de los personajes infantiles) y al descubrimiento también del mundo adulto y sus contradicciones.

Brilla la labor de casting a través de las dos hijas, magníficamente interpretadas. Un Joan Cusak contenido, en una gran interpretación, sostiene la película y evita que ésta se desmorone cuando la lente deja de fijarse en sus dos preciosas niñas. Los tres siempre acompañados de una emotiva banda sonora escrita por Clint Eastwood, que cumple su cometido al mismo estilo que el resto de virtudes del filme: sin grandilocuencias, con contención y ternura.

Hermosa filme sobre la pérdida, posiblemente asentada en una trasnochada crónica sobre la guerra de Irak y sus consecuencias en el núcleo familiar, que por suerte aparece sólo como detalle anecdótico y no como el pilar argumental básico.

La película resulta sincera y emotiva, cualidades de las que tampoco pueden presumir las compañeras de este sub-género ya citado, perdidas buscándose a sí mismas como también pretenden hacer sus propios personajes. Y ese es el mayor logro de esta pequeña película, de corta duración, de lectura exquisita, de agradable levedad, un pequeño cuento, una pequeña moralina que sabe marcharse en el momento justo y no alargar ni una sola coma. Ese es el mayor logro, haber sabido retratar únicamente su esencia, preparar el camino, disfrutar el camino, mostrar su emotividad contenida, y despedirse a tiempo.