La Trilogía Bourne

BourneTrilogy

El Caso Bourne (Doug Liman, 2002)

El Mito de Bourne (Paul Greengrass, 2004)

El Ultimatum de Bourne (Paul Greengrass, 2007)

Identidad Perdida

Lo primero que uno es capaz de observar al encontrarse con Bourne es la misma idea que conduce a personaje y espectador a la incertidumbre generada por una identidad perdida.

Jason Bourne no solamente se encuentra con una identidad desconocida cuando la primera película empieza con esa imagen suya flotando en mitad del océano. El cine se encuentra de bruces también con la identidad perdida de un género de espionaje y acción que se ha desvanecido en las producciones comerciales contemporánea y que le han hecho perder todo su valor.

Es ahí donde Doug Liman, director de la primera entrega y productor en la trilogía, toma un guión perfecto del asombroso Tony Gilroy y devuelve al género su dignidad y su mejor cara, a partir de herramientas tan sencillas como de demoledora eficacia.

Liman se limita a rodar con sencillez un perfecto engranaje que ya nacía con un gran potencial desde su novela y que Gilroy adapta a la pantalla con su ya acostumbrada maestría. Lo que queda no es tanto una obra cinematográfica fuerte como la recreación artesana de una gran historia, que en la pantalla se convierte en una auténtica bomba de relojería.

El argumento no puede ser más estimulante: un hombre que despierta en medio del mar, recogido por un pesquero italiano e incapaz de recordar nada de su pasado. El camino de huída y de reconstrucción de su historia se inicia en el personaje y en el espectador al mismo tiempo, y ese camino recorrido de la mano entre ambos se convierte en una de las mejores experiencias cinematográficas posibles del cine de acción de los últimos tiempos.

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Identidad Reivindicada

Con El Mito de Bourne, la franquicia se consolida y se concretan del todo sus artífices: Liman continúa al frente de las labores de producción y cede la labor de dirección a quien otorgará definitivamente el salto de calidad, de estilo y de su estética característica a la saga, Paul Greengrass.

Greengrass, aunque cualquiera lo diría, no es tanto un experto en cine de acción como un experto en la recreación perfecta de espacios temporales de corta duración y de gran intensidad. Es capaz de recrear, a través de su hábil montaje y su aspecto de rodaje documental, secuencias en tiempo real en los que un millón de elementos dispersos parecen conducir conjuntamente con una genialidad apabullante hacia un único lugar.

Es esa la gran habilidad de su director y la seña de identidad más característica de Bourne a partir del momento en que este director se hace con el control del producto.


Gilroy, que anteriormente firmase el guión en calidad de colaborador, escribe aquí la historia completa con su reconocible impronta narrativa y añade múltiples capas en la trama que se enredan y se trazan con brillantez conforme avanza la historia.

El Mito de Bourne se desinfla con respecto a su antecesora en tanto que la novela se limitaba a rellenar de convencionalismos los huecos que dejó El Caso Bourne, y ofrece una continuidad rutinaria que se salda con ciertas caídas en los tópicos del género, si bien cuenta a su vez con la mejor escena de acción de toda la trilogía: una espectacular persecución en coche a través de las calles de Moscú en la que muchos coinciden en llamar la mejor escena de acción rodada en esta década.

Citar aquí la escena final de Death Proof (Tarantino, 2007) y la escena de la autopista de Matrix: Revolutions (Wachowski, 2002) resulta pertinente para terminar de componer ese podio hipotético sobre las mejores escenas de persecución en coche de la década.

La película se equivoca además al buscar elementos emocionales gratuitos que se salen del tono genérico de las tres películas. No era necesario, la saga ya contiene elementos emocionales y dramáticos suficientes para que el espectador se sienta unido al personaje desde la primera cinta.

Lo que queda claro desde entonces es que Bourne no sólo quiere recordar su pasado, sino saldar cuentas con unos hechos que comienza a recordar y con los que, aunque reconoce su autoría, no comparte nunca su naturaleza y rechaza completamente.

Gilroy dota de una humanidad superior al personaje y lo enfrenta a la tragedia continua de huir de quienes le persiguen por su pasado a la vez que trata de conocer y recordar en breves ráfagas ese mismo pasado que le persigue. La franquicia se vuelve fuerte en el momento en que el guionista encuentra, por fin, la necesidad dramática de Bourne y su manera de plasmarlo en la pantalla de forma que el espectador nunca encuentra aliento para descansar y recomponer las piezas del puzzle.

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Identidad Recuperada

El Ultimátum de Bourne busca rizar el rizo de la franquicia de la manera más sorprendente posible. El ‘hacer algo que nunca se haya visto hasta ahora’, frase siempre tan en boca de todos los productores y directores del Hollywood reciente, cobra aquí un sentido que evoca dimensiones más allá del puro cine de acción.

En esta última parte se tratan de resolver todas las incógnitas y de aclarar del todo el pasado de Bourne a la vez que aquellos que han creado al ‘monstruo’ deben pagar por sus actos. No es, pues, una resolución moral y convencional del argumento, sino más bien la solución inevitable de un personaje imparable e invencible que se rebela contra su propio creador con el único deseo de saber quién es en realidad.

El Ultimátum de Bourne muestra la estilización final y el alcance de la perfección de todo el proceso. El guión tiene un ritmo mucho más acertado y de flujo continuo, las escenas de acción son las más conseguidas de la saga y su integración en el discurso resulta maravillosa. Acción y un buen trasfondo se dan la mano para crear una de las mejores películas de acción de la década.

La película termina finalmente con una imagen que se une inevitablemente a la primera con la que comenzó la saga: esta vez, un Bourne abatido nada bajo el agua intentando salir a la superficie. Un hombre que ha recuperado por fin su identidad y que ya no se encuentra a la deriva, sino que se encuentra a sí mismo y lucha contra corriente para escapar de su funesto destino. La genialidad de Gilroy para encauzar ambas películas (e incluso, para integrar escenas de una película en otra y darles un nuevo sentido, repleto de genialidad como suele ocurrir con todo lo que firma el maestro guionista) dota de una unidad y coherencia a la saga que coloca a ésta a un nivel superior con respecto a muchas de sus competidoras y productos similares.
Resulta poco estimulante y carente de interés fomentar un debate acerca de si Matt Damon era el actor más adecuado para representar al personaje, pues se trata de un tema donde la subjetividad desmantelaría toda conclusión posible. La identificación y la integración de personaje y actor se vuelven tan evidentes desde la primera entrega que ese debate se diluye pronto.

La trilogía de Bourne habla en definitiva de una historia adulta, con la pretensión exclusiva de entretener, a través de argumentos complejos y bien hilvanados Una serie de películas que ha triunfado al devolver la vitalidad al género de espionaje y acción y que, juntas, se convierten en una joya única donde guionista, director y productor ofrecen lo mejor de sí mismos para crear uno de los productos cinematográficos más asombrosos e interesantes de su tiempo.

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