El sueño de Ellis [The Immigrant] (James Gray, 2013)

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Al principio de Two Lovers (2008) veíamos a alguien lanzarse al mar intentando terminar con su vida. Poco después la película revelaba al suicida como protagonista, y también que el destino que le esperaba tenía mucho que ver con aquella caída al vacío. Es quizá una secuencia que podría sintetizar toda una filmografía, la de James Gray, como creador de grandes historias donde la épica siempre tiene cabida y donde el destino funesto de sus grandes personajes parece irremediable.

The Immigrant empieza en los terrenos de El padrino parte II (Francis Ford Coppola, 1974), con alguien llegando en barco a Nueva York. Pero si en la obra de Coppola aquello significaba el nacimiento de un imperio, una biografía gloriosa, la película de Gray se queda en los bajos fondos, apenas pasa de la frontera, como si se convirtiera en un reverso de aquellos acontecimientos. Se trata de Ewa, Marion Cotillard, un personaje femenino sobre la que gira el relato, novedad absoluta en el cine de Gray. Alrededor de ella gravitarán, lógicamente, dos hombres que desean construir un futuro junto a ella en apariencia enfrentados, pero más similares de lo que pudiera parecer: como en otras de sus películas, James Gray pone en escena distintas formas de enfrentarse al mundo a partir de personajes que bien podrían ser la cara opuesta el uno del otro.  

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La fotografía de Darius Khondji, uno de los grandes operadores que aún pululan alrededor del gran cine americano, tiene mucho que ver con que The Immigrant trascienda la tradicional película de época para llegar a ser algo mucho más allá. El maravilloso uso del color, la presencia de la luz en el plano o esa manera de iluminar al trío protagonista. No se trata de resucitar el cine clásico como se diría de cierto cine firmado por Clint Eastwood, sino de construir algo nuevo a partir de las ruinas que aún quedan en pie. En ella, la sensación de que todo se derrumba a golpe de pasiones humanas sirve como motor del relato pero también como motivo con el que desdibujar el género poco a poco, como si el cine de Gray lo poblasen sombras que han sabido disfrazarse de personajes clásicos. En ese sentido basta comprobar cómo el personaje de Joaquin Phoenix se transforma a lo largo del filme hasta llegar a una imagen final entre la bruma que se revela como uno de los más poderosos momentos concebidos por el autor.

Al igual que en la secuencia final de La noche es nuestra (2007), la niebla funciona para hacer aparecer y desaparecer personajes del mismo modo que el argumento se construye y se disuelve con desconcertante facilidad. En uno de sus mejores trabajos, Marion Cotillard arrastra la película consigo, con la fuerza de un personaje fantásticamente esbozado y mejor interpretado, cuyo rostro parece contener todo el sufrimiento que soporta. El protagonismo de esta Ewa ha conseguido que el filme de Gray sea un poco más preciosista, pero la creación de Cotillard ha impedido que se vuelva frágil: sus imágenes siguen teniendo la potencia y la densidad de su mejor cine gracias a que esculpe los rostros de sus actores de una manera incandescente. Ellos son la película.

Mientras estas figuras atraviesan el plano, revelando sus sentimientos y dejando entrever su absoluta indefensión, Gray parece filmar otra cosa, como si lo que pudo ser le interesase mucho más que aquello que es y que se desmorona ante sus ojos. Quizás no haya habido ningún otro cineasta capaz de filmar la infelicidad de una manera tan resplandeciente.  

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