Norte, The End of History (Lav Diaz, 2013)

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Para hablar de Lav Diaz habría que conocer primero a Tarkovsky, por el aliento poético con el que los planos largos de ambos parecieran contener el mundo. También a Tsai Ming-liang, por el valiente y desesperanzado vacío al que se enfrentan sus imágenes, o a su compatriota Brillante Mendoza, por la fuerte dimensión social y política de su cine. Pero, al mismo tiempo, sería necesario olvidarlos a todos para encontrar aquí a un cineasta único, cuyo potente discurso político se hunde en las raíces de su país.

Norte, The End of History parte del Crimen y castigo de Dostoievsky para terminar hablando sobre la realidad más inmediata. Temas eternos que se reencarnan en temas del presente en una continua reescritura. Mientras Lav Diaz presenta a personajes que viven historias cruzadas, se filtra en el microcosmos de la película toda condición o estrato social de la Filipinas del presente, como si el relato de Dostoievsky de repente ya no resultara tan lejano.

El autor deja que los demonios de los personajes se cuelen lentamente en el plano. La forma de permitir que aparezcan esas sombras tenebrosas no es otra que dilatando la duración de la imagen, dejando que se empape de realidad, que se llene de tiempo. Incluso conociendo la gramática natural del cine y haciendo uso de una poderosa puesta en escena, Lav Diaz sabe que buena parte de las virtudes del discurso tienen más que ver con lo literario que con los mecanismos del propio cine: las cuatro horas de duración empujan a un desarrollo de los personajes fuera de lo común, más propio de un libro o de un serial televisivo, y en ese sentido parte de su grandeza se disipa entre las grietas de su gigantesca estructura. La situación no parece estar reñida, sin embargo, con una sugerente manera de poner en escena ese relato monumental.

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Para apreciar Norte en su justa medida es necesario advertir la manera en la que Lav Diaz compone el plano ante cada situación concreta. Para él, una idea o sentimiento determinados implican también el uso de una composición específica de la imagen. Nada parece dejado al azar, como en el universo de otros grandes cineastas. Y el poder que reside en la cinta no es sólo el de haber adaptado el material del escritor ruso en un relato de una contemporaneidad absoluta, sino la manera en la que lo hace. Quizás lo más conmovedor de ella sea el aliento, el poso que esas imágenes pueden causar al advertir la hermosa comunión entre las ideas y su expresión visual, y la libertad en la duración con la que ha filmado la película ha otorgado también una inusual libertad interna al propio filme, en la que los planos pueden dilatarse pero nunca de manera gratuita, sino tratando de que sea ese paso del tiempo el que revele la condición monumental de la historia.

Como en el cine de Apichatpong Weerasethakul, la convivencia con el plano largo se aleja de la disposición teatral para revelar nuevos horizontes, algo así como una cierta autenticidad tan difícil de definir como de encontrar mientras se filma. Y si el autor tailandés lo hace partiendo de una cierta vocación fantástica, Lav Diaz parece hacerlo desde el convencimiento de que la realidad puede superar a cualquier metáfora. Es desconcertante que Norte, The End of History termine siendo descarnada, sobrecogedora, carente de esperanza y que, al mismo tiempo, en una convivencia imposible, sea también una película profundamente hermosa. 

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