El Silencio de Lorna (Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne, 2008)

La arietta de la sonata número 32 de Beethoven está compuesta de cinco variaciones, repletas de fantasía y de un caos absoluto.

En ella, obra de perfecta escritura, pilar fundamental de la literatura pianística, el músico de Bönn traza un arco emocional abrumador: comienza con una despedida nostálgica, serena pero sobrecogedora, casi una liturgia, para desplazarse pronto a variaciones en torno a esa armonía llenas de bravura, de indomable sentido virtuosístico, de irremediables travesías caóticas, que desembocan de nuevo en esa complaciente y aletargada despedida, plena de belleza y de sencillez.

Tiene mucho sentido que los hermanos Dardenne hayan utilizado ese movimiento de la última sonata de Beethoven como la única referencia sonora, verdadero faro musical de El silencio de Lorna, tal y como reza el título, marcada por los silencios de su heroína.

Silencios en los que el personaje es incapaz de contar todas las atrocidades que ocurren a su alrededor con el único fin de su simple supervivencia, y al mismo tiempo nuestra asistencia, también pasiva, a contemplar visualmente todos y cada uno de esos hechos intolerables.

Tal y como viene siendo habitual en la filmografía de los Dardenne, abundante en retratos de las miserias humanas de una Europa desangelada, Lorna se ve envuelta en una red cuyo objetivo es un matrimonio pactado.

Para ello primer debe obtener la nacionalidad belga, que consigue a través de un falso matrimonio con un drogadicto. Lora sabe cómo acabará ese matrimonio de conveniencia y el yonqui al que ha embaucado, pero lo calla.

En medio de ese infierno lleno de silencios, y tras una de las escenas de sexo más hermosas de los últimos tiempos, cargada de sentido, Lorna inventará un embarazo generado a partir del único momento donde se ha sentido querida de verdad.

La mentira autocomplaciente del personaje es simplemente la única manera de aferrarse a la esperanza como último modo de supervivencia. El mundo de fantasía o, si se quiere, el mundo soñado, la esperanza en el futuro, simbolizado en un bebé que no nacerá jamás bajo ese mundo hostil y perverso.

Lorna entonces escapa y huye a través del bosque, tratando de dejar su vida atrás, y el documento se convierte para siempre en una fábula impensable. En esos momentos el silencio es más silencio que nunca, inexplicable a través de las palabras, solamente comprensible a través de la música.