Crepúsculo (Catherine Hardwicke, 2008)

Crepusculo

Imaginen una historia romántica de vampiros, y luego despójenla de todo el glamour que rodea a esos personajes nocturnos. Ahora sitúen esa historia en el contexto de un instituto, con los jóvenes más populares y de mejor ver de ese colegio.

De aquí parte la novela Twilight, siguiendo la estela de las grandes sagas literarias de consumo masivo que luego pasan a la gran pantalla (Harry Potter, Eragon, Narnia) pero con el añadido de aumentar en unos años el objetivo de sus espectadores (si antes nos referíamos a un público de diez años, ahora llegamos hasta la nada despreciable cifra de los quince años).

El problema de Crepúsculo, y de toda la saga que pueda venir después, viene ya de su misma partida, y es que el material de una novela adolescente de vampiros cool de instituto en la gran pantalla no funciona en ningún momento y bajo ningún concepto.

Incluso la baja producción (que no se corta a la hora de incluir efectos especiales que luego no es capaz de asumir visualmente con habilidad) convoca desde el comienzo a todos los fantasmas posibles: desde las series de televisión adolescentes sobre temas similares (Embrujadas) hasta las películas high school más típicas posibles.

Crepúsculo queda así condenada a vagar en una nadería argumental en la que todo es banal, y cada paso de guión, además de resultar evidente, hace pensar en lo interesante que podría ser el libro y lo fallido de su conversión a la pantalla. Incluso la mayoría de sus diálogos, supuestamente brillantes y románticos, quedan ridículos al pasar al guión de la película, convertidas en sandeces que quieren resultar trascendentales.

El aspecto televisivo de la película, que bebe de la ingenua creencia de que las tele-series de la actualidad pueden ser capaces de ganarle la partida al cine verdadero y aprovechar la ignorancia cinematográfica de su público para realizar el taquillazo de turno, no es su único handicap.

La incapacidad de la directora para hacer creíble o interesante a la película por sí misma es notable: es difícil que el espectador que no ha leído el libro o conozca la historia se sienta atraído por un subproducto como éste. Es de nuevo el referente literario el único interés, motor del éxito de taquilla del filme y a la vez autor del fracaso de éste como obra cinematográfica en sí misma.

A unas actuaciones pobres se une una fotografía sin inspiración, una puesta en escena también televisiva (no hay más información que la que ofrecen los diálogos, ninguna imagen habla por sí sola) y un Carter Burwell que entrega una partitura opaca y sin profundidad alguna.

En definitiva, una producción que encantará a las masas de seguidores de la saga y que encaja perfectamente como producto televisivo de gran audiencia. Sin embargo como película, como obra perdurable, es uno de esos extraños productos que no pueden ser realizados e interpretados de peor manera y que aún así triunfan como auténticas bombas mediáticas.