Ciudad en Celo (Hernán Gaffet, 2006)

Aproximación tanguera de los días presentes en la ciudad de Buenos Aires, pero no un tango clásico sino moderno, rejuvenecido, reciclado a través del paso de las generaciones y puesto a punto para los nuevos tiempos, más pendientes de la imagen que de la propia música.

            El discurso de Ciudad en Celo poco tiene que ver con los dramas sociales a lo que nos acostumbra el llamado nuevo cine Argentino, y se mueve más bien por la rama comercial de la hornada europea para un público que demanda cada vez más este tipo de cine, un cine que hable de ellos mismos en clave de humor y deje un buen sabor a la manera del cine ‘feeling good’ americano.

            El acierto de la película es que consigue todo eso a través de la amistad incondicional de un grupo de amigos, sin efectismos, sin situaciones forzadas, simplemente mostrando su día a día. El juego del poder de la causalidad mostrada sin trascendencia alguna, el que todos los personajes caminan bajo la misma luna, y ese toque desenfadado con que ocurren los encuentros fortuitos ayudan a que el filme se desenvuelva con soltura utilizando su propia filosofía.

            En medio de ese devenir cotidiano de casualidades los monólogos de algunos personajes, rodados en un devastador primer plano con énfasis a veces demasiado evidente, constituyen los auténticos pilares de la cinta, que se sustentan en trasladar al terreno personal el discurso de muchos de los temas que intenta tocar de soslayo la historia, y que se hace grande por momentos, cuando la cotidianidad muestra todos los estados posibles en la vida de estos treintañeros de sueños imposibles.

            La música, insertada con calzador en la propia trama, sirve como excusa para recrearse en esa observación silenciosa de los personajes que pueblan la fauna criolla, Nuria Gago de por medio. Lástima que la interpretación de la actriz que representa a la cantante no esté a la altura ni de la música ni de la película, formando una pequeña cojera que el filme acusa durante todo su metraje.

            Pero lo que queda por encima de todo es ese espíritu de amistad incondicional que envuelve las relaciones de ese grupo de amigos, fragmentados por los avatares de la vida y por el desamor, pero que se reconstruyen en el mismo momento que se desmoronan y que les hace sentir, el uno al otro, menos solos en esa gran ciudad.