Zodiac (David Fincher, 2007)

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    Nueva película de David Fincher que trata de alejarse de su condición transgresora y marcadora de tendencias y se embarca en un rodaje con sabor a cine clásico, mesurado y contenido, en la que puede aventurarse tanto una madurez del autor como un cambio de registro que suponga un capricho más en la mente camaleónica del extravagante director.

            Zodiac es densa, abrumadora en todos los aspectos. Su obsesión por el detalle y el realismo más absoluto lleva a convertir la película en un verdadero reto para el espectador, que debe permanecer durante dos horas y media atento con una intensidad poco frecuente en el cine actual. El acierto de Fincher en este sentido es que logra atrapar del cuello desde el comienzo, y da las suficientes pistas con su genial narrativa para que no haya oportunidad de perderse en la historia.

            Y engancha desde el principio no con los títulos de crédito, sino con una escena a modo de prólogo, el primer asesinato, un verdadero prodigio de montaje, una planificación soberbia y una perfección de todos los elementos cinematográficos fuera de lo común y digna del genio del autor americano.

            La fotografía de Harris Savides, digna del mejor Darius Khondji o incluso cercana a los trabajos del legendario Conrad L. Hall, está hecha íntegramente en digital (Apunta, Lynch!) y es el principal punto fuerte de la cinta al ofrecer la mejor atmósfera posible, encuadrada en unos planos perfectos, de sutil belleza, de saturado colorido, bella y precisa y tan contenida como la dirección del filme.

 

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            Los actores se dan la mano en un duelo interpretativo que da oportunidades a todos para ofrecer grandes recreaciones, en especial Mark Ruffalo en la que seguramente sea la mejor actuación de su carrera. La película está más centrada en explorar a sus personajes a través del caso que ofreciendo detalles innecesarios sobre su vida. Es a través de las interacciones entre ellos mientras investigan el caso donde somos capaces de conocer a los personajes. Fincher lo consigue con abrumadora facilidad pero luego parece olvidarlo y echarlo por la borda cuando muestra algunas escenas banales sobre la cotidianidad de esos individuos.

            Pero el acierto sigue ahí incluso a pesar de los errores, a pesar de ahogarse en su propia obsesión detallista e hiperrealista, ahogando también al espectador, y con el tiempo el filme se revela más como una historia de personas que no se rinden, que no son capaces de abandonar ante las dificultades, y la investigación se convierte, cada vez más, en una mera excusa muy bien adornada y expuesta. Conforme la trama deja de interesar por resultar frustrante, interesan cada vez más sus personajes y la forma en que su obsesión se transforma tanto en sufrimiento como en tesón continuo.

            A pesar de su perfección estética y narrativa, ver Zodiac es tener la sensación de encontrarse ante una película incompleta. Los últimos diez minutos parecen recortados y montados con desesperadas intenciones conclusivas. Unos rótulos de despedida confirman que Fincher terminó imbuido en su idea de contestar a quienes le han criticado por una filmografía demasiado fantástica y se ahoga en su realismo cercano al paroxismo, sin redondear la que con seguridad hubiese sido su mejor película, una cinta con halo de clásico que deja con mal sabor.

            Sin embargo la sensación que queda es la de haber experimentado un cine en su más puro estado dotado de una estética maravillosa, y con unos quince minutos iniciales para disfrutar, para estudiar, analizar, asombrar, repetir, deleitar, enseñarse en las escuelas de cine y convertirse en un referente en su género como JFK hiciera en su momento.