No deja de ser extraño el hecho de ver a Thomas Newman, el habitual colaborador en la música de la filmografía de Sam Mendes, inmerso en una película que tiene en sus secuencias de acción su mayor reclamo. El compositor, hijo del legendario Alfred Newman, que en los años noventa se ganó los favores de la industria cuando comenzó a desarrollar un peculiar estilo personal que combinaba la percusión menor con ritmos sugerentes y accesibles, se enfrenta aquí a una película que poco tiene que ver con sus antecedentes en el trabajo para el cine.
Basta con escuchar el primer corte de la banda sonora que acompaña al poderoso prólogo de la película titulado Grand Bazaar, Istanbul para entender el cometido de Thomas Newman en el proyecto. El corte se inicia con la fanfarria clásica propia de la identidad del personaje y la sonoridad va mutando en función del lugar y la situación en la que se encuentre Bond. Tensión mientras el actor avanza por habitaciones oscuras, y música étnica cuando el agente secreto sale por fin a la calle, entre las multitudes. Va a haber poco tiempo para desarrollar un discurso personal y mucho trabajo incidental que hacer para acompañar la frenética persecución con que da comienzo el filme.
¿Ha cambiado en algo la esencia de componer una banda sonora para la saga del mítico agente secreto? Los acordes principales que han dado su identidad a la franquicia suenan aquí en momentos puntuales, escogidos con mimo bajo la intención de no sobrecargar con sus apariciones estelares. Lo que más llama la atención en el álbum no es tanto su calidad armónica, sino la calidad de la grabación. Cada sonido parece registrado, editado y masterizado con mimo, como si músico y director fueran conscientes de la importancia de cada timbre para situar la acción en un contexto verosímil. No sólo la edición de sonido de la propia película es importante. También la calidad de la banda sonora influye a la hora de contextualizar aquello que está ocurriendo.
El corte New Digs es un buen ejemplo para advertir los coqueteos con la música electrónica que hace Newman en la banda sonora con la intención de crear ambientes sutiles, y al mismo tiempo descubrir cómo el compositor ha adaptado su estilo propio a la saga. Vuelve aquí la percusión menor y un bajo eléctrico que llevan la base rítmica, mientras una pequeña orquesta de cuerdas se superpone en ciertos momentos. Loable esfuerzo de Newman por adaptar sus materiales a aquella historia que debe ilustrar, aunque eso suponga, de nuevo, sacrificar una potencial riqueza discursiva en favor de la creación de ambientes y atmósferas.
Shanghai Drive es la otra cara de la moneda. Se trata de aquel tipo de corte de esta generosa banda sonora que sí cae presa de los convencionalismos formales de las películas de su género. El ritmo, la presencia de lo electrónico, prima más que cualquier deseo descriptivo, carece de interés incluso en sus labores de puro acompañamiento. Day Wasted compensa esas lagunas. Parece ser en los momentos de mayor oscuridad de la cinta cuando Newman encuentra el tono adecuado para elaborar su trabajo. Convierte la música primitiva, el tema principal de Bond, en un vaivén de sonoridades más próxima a una amenaza que a un tema heróico.
Sin embargo, es en el tema de cuerdas que acompaña a un personaje de la película mostrado en los cortes Modigliani o en Severine donde el músico aporta, por fin, su verdadera personalidad al proyecto. Música introspectiva y elegíaca para representar la vertiente psicológica que la película explota en un personaje idealizado que sufre aquí una necesaria deconstrucción. De ahí surgen los mejores momentos musicales del metraje.
Jellyfish es el mejor corte para ejemplificar cómo Newman ha triunfado al navegar sobre aguas tempestuosas para él, como es el género de la acción. Una breve página que muestra sus habilidades para superar las barreras de su propio adocenamiento y componer una música que poco tiene que ver con el compositor apático y repetitivo que ha venido ofreciendo la peor versión de sí mismo en los últimos años. Otra pieza en la que también brilla en ese sentido es en Kill Them First, quizás la más violenta y desasosegante de todo el score, pero que al mismo tiempo no pierde nunca la contención ni la elegancia, lo que convierten en sublime la factura del álbum en cuestiones de planteamiento. Acompañamiento siempre, antes que el puro lucimiento. De hecho no existe lucimiento personal aquí, sino pura supeditación a ilustrar una trama que no deja de mutar sus climas estéticos y emocionales.
Uno de los máximos exponentes de su valentía a la hora de afrontar una partitura tan exigente como esta es la de no hacer uso de los temas recurrentes de Bond salvo en contadas, muy contadas excepciones. De hecho, hay que esperar hasta el vigésimo segundo corte del álbum, Breadcrumbs, para escuchar el inimitable solo de guitarra eléctrica que ha acompañado siempre las aventuras del personaje, acompañado aquí de un sugerente fondo orquestal y de un plus de percusión que, si bien resulta innecesario, sí que aporta nuevas sonoridades a una melodía archiconocida.
El corte Skyfall, aquel único momento en el que Thomas Newman puede ser él mismo, es uno de los más brillantes y sugerentes de la partitura, pero también el que menos se asemeja al resto. Un paréntesis necesario teniendo el cuenta el momento de la película al que acompaña. ¿Sería mejor banda sonora si el músico hubiese tenido la oportunidad de anteponer un discurso sonoro frente al desarrollo de la acción en pantalla? Probablemente hubiese dado lugar a una banda sonora mucho más interesante, pues el interés de esta música como tal es muy reducido. Pero también hubiese dado lugar a una película descompensada. Si en algo triunfa este nuevo Bond es en la manera abrumadora con que todas las piezas, auténticas joyas de orfebrería pues cuenta con los mejores profesionales de la industria en cada apartado, encajan en un segundo plano puestas al servicio de un todo coherente. La banda sonora de Newman respira en tanto que funciona como la única piel posible para este nuevo personaje. Un traje hecho a medida. Lo que importa en él es quién lo viste, no quién lo haya diseñado.