François Ozon es un especialista en el retrato del ser humano. El proceso de reconstrucción en la vida de sus personajes es escrito y firmado por el autor francés con envidiable contención y virtuosismo.
Siempre filma el momento de desintegración sin concesión alguna, descarnadamente, y filma después el largo camino hacia la redención de una manera sosegada y no exenta de destellos de esperanza. En el fondo Ozon es un humanista, por mucho que su discurso parezca apostar en todo momento por el pesimismo. En su mensaje más profundo se encuentra su verdadera voz.
Como ya le ocurriera en Ricky, su anterior filme, el director presenta evidentes problemas para la puesta en escena, cuando su cine siempre se había caracterizado por la fuerza de ésta, especialmente en sus mejores aciertos: El tiempo que queda y Cinco veces dos, verdaderos prodigios de escritura y narrativa visual. A pesar de esa comedida plasmación del guión de Ozon, la película es uno de sus filmes más conseguidos.
El comienzo muestra a una pareja de drogadictos que terminan por autodestruirse. La salvación milagrosa de la chica y el descubrimiento de su embarazo abrirá un mundo de posibilidades. La única solución es la huida, empezar de cero.
En una de las más bonitas escenas de la película, Mousse confiesa que sigue el proceso de su embarazo por pura curiosidad. Quiere saber cómo serán los ojos de su niño, sus manos, sus dedos. Quiere seguir llevando una parte de su pareja dentro suyo.
Ozon plantea la redención a partir de esa elección, el continuar avanzando aún sin conocer lo que vendrá. El filme nunca renuncia a la teatralidad propia del realizador, ni a las pinceladas de cine fantástico que a veces castigan su imaginación creativa pero, aún con esos elementos presentes, es muy posible que sea ésta la película más natural y sincera de todas las que ha firmado hasta la fecha.
A pesar de la escritura traicionera y en muchas ocasiones amante del riesgo y lo inesperado, como muestra el final de la cinta, Mi Refugio es una de las pocas películas bien contadas del cine contemporáneo que alberga un poderoso mensaje dentro de una historia sencilla.
En ella el autor francés da destellos de su genio compositivo, de su creatividad y su control absoluto. Vuelve a mostrarse como uno de los directores más interesantes y menos valorados de la actualidad. Su última película es una buena razón para volver la vista hacia él una vez más y recuperar su identidad como cineasta.