Ya nadie vuelve a casa

Todos recordamos el bonito papel de Jennifer Connelly como Sarah en Dentro del Laberinto, que tuvo que ir a salvar a su pequeño hermanastro a un mundo imaginario lleno de peligrosas criaturas.

A pesar de que el lugar era del todo hostil, la magia que se respiraba en él y la amistad que trabó con algunos personajes le hizo añorar mucho el laberinto al regresar a casa.

De hecho, el último plano de la película muestra cómo, en un reflejo en el espejo, todos sus amigos aparecen en su habitación, y se funden juntos en un abrazo.

Así era el cine de las épocas pasadas. Un pequeño templo en el que soñar, en el que poder dar alas a nuestros propios sueños, y que nos enseñaba a volver a nuestra vida cotidiana sin perder nunca la ilusión.

Sin embargo, si a Sarah le hubieran dicho que tenía que quedarse a vivir para siempre en el laberinto que había construido el rey goblin, probablemente hubiera renegado del todo de la idea, rogando por quedarse viviendo su propia realidad.

También le tocó vivirlo, por encima de todas las pequeñas heroínas que han construido una a una la historia del cine, a la Dorothy del Mago de Oz, que vivía en un desesperanzado mundo en blanco y negro. Dorothy vivió una aventura maravillosa en el recién estrenado mundo del technicolor. Aún a pesar de todo, Dorothy quería volver a casa.

Quizás en la última aventura madura de nuestro tiempo, curiosamente representada a través de la animación tradicional, Chihiro presencia cómo sus padres se transforman en cerdos, y a partir de ahí debe enfrentarse sola a un mundo imaginario lleno de peligros pero también de bellezas incontables.

La figura del cerdo en Japón se considera símbolo de la avaricia y la pereza, y de entregarse a los placeres humanos como la comida.

El Viaje de Chihiro no cuenta otra cosa sino el paso de la niña hacia la madurez. ¿Son mis padres realmente malas personas porque se olvidaron de mí y deseaban la comida por encima de todo? En su viaje por un mundo hostil y sorprendente, Chihiro comprenderá la ambigüedad del ser humano, encontrará que las personas también cargamos con enormes defectos y aprenderá a perdonar a sus padres.

El Viaje de Chihiro consistía en devolverles la identidad a sus padres tanto como encontrar la suya propia.  Aún a pesar de todo, aún a pesar de detestar a sus padres, Chihiro quería volver a casa.

Sin embargo, en el cine de hoy aparece un problema que nadie parece advertir. Ya nadie vuelve a casa.

Las historias, cada vez más infantiles, ya sean dedicadas al público adulto o al más pequeño, se han olvidado de relacionar el mundo imaginario que proponen con la vida real, y al hacerlo han perdido toda conexión con la trascendencia.

Conviene preguntarse por qué así esas películas apenas han calado en nosotros en cuanto pasan unas semanas, quizás unos meses. ¿Es posible que sea porque, en el fondo, ninguna nos enseña a vivir nuestro presente?

La cobardía de decidir quedarse en el mundo imaginario y renunciar a este es uno de los síndromes que ha traído nuestro mundo contemporáneo, que ha terminado por encumbrar siempre la vida virtual frente a la mediocridad del mundo real.

En El Laberinto del Fauno, la adolescencia narrativa de Guillermo del Toro condenaba a Ofelia a quedar atrapada en su propio mundo imaginario como castigo al mundo de los adultos, que habían creado una realidad insoportable para la niña. El propio Neo de Matrix también renegaba para siempre del mundo real, pues éste era un simple engaño pergeñado por las máquinas del futuro.

Así, todas las historias que nos rodean hoy muestran cómo el ser humano prefiere vivir en esa irrealidad en la que viven como dioses virtuales y olvidar su condición humana y con ella todos los problemas de su presente.

Quizás algunos se escuden en que es un hecho que muestra el tiempo de crisis del que somos testigos. Pero tiempo de crisis siempre ha habido, bien lo sabe Dorothy.

En la fallida saga de Narnia, sus protagonistas encuentran un universo de fantasía oculto tras un armario del que son legítimos reyes. Los cuatro personajes volverán a la realidad tras finalizar su periplo, pero siempre con la promesa de volver al mundo irreal.

Al igual que en la saga de Harry Potter, los protagonistas de Narnia no asumían la realidad: aceptaban volver a ésta solamente porque sabían que el verano siguiente podrían regresar al lugar en el que eran reyes virtuales.

Tal como esta y el resto de las historias que vemos hoy como espectadores nos impiden sentir las sensaciones que tuvimos, y que aún tenemos, cuando presenciamos una de las historias del pasado.

Es posible que sea simplemente porque aquellos antiguos filmes seguían defendiendo, a pesar de todo, que la vida valía la pena vivirla.