Una regla de oro popular en el gremio de la dirección recomienda evitar el rodaje con niños o con animales para que hacer la película no se convierta en un calvario. Frente a nosotros tenemos la película que desafía todas las normas para alcanzar ese plácido rodaje. Filmar una película de época, con un niño y un caballo. El lote completo. El más difícil todavía en cuestiones técnicas, pero no narrativas. He ahí la clave para considerar a War Horse como una película menor.
No es la primera vez que Steven Spielberg filma esta historia. El relato de superación personal, amistad incondicional y la sublimación de la honradez es, de hecho, la base de buena parte de la filmografía de su autor. Podría decirse, en una simplificación atrevida y tal vez reduccionista en exceso, que estamos ante El imperio del sol, pero esta vez es un caballo quien cruza las líneas enemigas a modo de metáfora silenciosa. Ahora no es la visión de un niño la que interroga sobre la sinrazón de la guerra, sino el animal como elemento externo a un conflicto deshumanizador y carente de sentido.
La transición de un plano desde un simple suéter de lana hasta el campo de arado bien podría resumir todo el planteamiento narrativo de la película. Delirios de grandeza. Spielberg se ha acostumbrado en los últimos tiempos a concebir sus películas bajo una filosofía en la que la pirueta visual definitiva es lo único que puede hacer grande a un director. Abusó de ello en Tintín y aquí lo dosifica pensando que esperar el momento adecuado convierte al film en algo aún más valioso, y que esa simple espera pueda ser símbolo de madurez creativa. Lo innecesario de sus recursos termina alejándole de la magnificencia buscada y acercándole a lo ridículo.
Innecesarios recursos, como ese silbido particular para niño y caballo, presentado estratégicamente para aparecer a mitad de metraje como emotivo elemento reconocible, el discutible elemento humorístico que encarna esa oca que ataca con gracia a los paseantes, o el patriótico gesto de la cinta militar como invencible símbolo del honor. ¿Por qué se les da cobijo a estos recursos elementales y nada imaginativos en una película que quiere caracterizarse en todo momento por su genialidad creativa?
No puede filmarse mejor que en este filme. Es casi imposible escribir una historia en imágenes de una manera más hermosa. Y, sin embargo, la ficción resulta impostada, como si se tratase de una constante e innecesaria clase magistral. La mejor etapa de Spielberg (en la forma de contar historias, no en las historias que contaba), abarcó la llamada por algunos trilogía del abandono, a saber Inteligencia artificial, Minority Report, Atrápame si puedes y casi podría incluirse en ella la malentendida La terminal, que también hablaba de la incomunicación y la soledad en la sociedad moderna.
Lo más importante de aquella etapa fue que Spielberg buscaba siempre la mejor manera posible de contar su historia. Ahora parece que se trate de demostrar en todo momento que nadie podría contarla mejor que él, en un abrumador elogio de los excesos. Complejidad visual para una historia cuyo mayor valor quisiera ser el poder venderse a sí misma como un relato de espíritu sencillo.
La escena de un fusilamiento tapado por las aspas de un molino puede ser un buen ejemplo de War Horse está más dominado por las ansias de genio que por la búsqueda de la auténtica verdad en el relato. El recurso estilístico, la decisión creativa, la idea sublime, el plano perfecto siempre por delante de la propia historia, y no al revés.
La película pretende, sobre todo en su primera media hora, estar a la altura de películas como El hombre tranquilo (John Ford, 1952), pero se asemeja más a la manera con la que Rob Marshall rodase Memorias de una geisha y a su modo de producción. Una película comercial de los tiempos modernos con aires de cine clásico, nada más.
Es tras esa primera media hora cuando la guerra comienza y la película típica de Spielberg pide paso. El diseño de producción se empeña en rizar el rizo. Parece haber varias películas en una, a través de las tribulaciones del caballo a través de la devastadora guerra. Diferentes y espectaculares localizaciones, ejércitos de extras, diferentes protagonistas que terminan conformando un relato coral, con el descubrimiento de una Celine Buckens que no deja de robar planos a su compañero de reparto… Pareciera que todo conduce a la epopeya definitiva.
Casi parece que War Horse quiera ser una nueva Barry Lyndon (Stanley Kubrick, 1975) pasada por el filtro inocente y políticamente correcto de la Disney, remitir de una manera temeraria a los grandes escenarios dramáticos de Lo que el viento se llevó (1939) acercarse siquiera a la pasión conmovedora de la narración de una película por otro lado minúscula como El violín rojo (François Girard, 1998), pero todo en ella está encaminado al hecho de deslumbrar antes que dedicar esfuerzos a la esencia misma del contar. De nuevo, primero la lúcida forma de relatar. Después, el relato.
Como puede apreciarse, existe una larga y profusa historia del cine que quiere cabalgar junto al protagonista equino durante el largo metraje propuesto por el filme. La diferencia en War Horse es que ninguna de aquellas películas fue dirigida bajo la autoconciencia de un deseo de trascendencia. Fue la propia historia la que las colocó en su justo lugar, tal y como el tiempo hará con el artefacto de Spielberg, un artefacto que bien sabe tomar el pulso a las emociones.
El hombre tranquilo. John Ford planeando durante toda la película en la vuelta de cada esquina. Spielberg emula a su maestro de una manera abierta, homenajea al Ford colorista de La legión invencible en los minutos finales, en el previsible regreso a casa. Sus imágenes impactan, pero continúa ese eterno sabor de lo impostado. El director rueda la vuelta a casa como piensa que podría haberlo hecho Ford (nada más lejos de la realidad, por otra parte), pero no porque la historia así lo necesitase o porque quede de esa manera mejor contada, sino porque ha sido ese un sueño largamente deseado por el autor, que por fin funde sus sueños de niño con la realización personal.
War Horse es una película disfrutable, un filme épico brillantemente realizado, y deja un poso más profundo de lo que pudiese anunciar un primer visionado. Es una obra monumental y, al mismo tiempo, es mucho más inofensiva de lo que quisiera ser. El gran artefacto de los sentimientos de Spielberg termina puesto en pie para contar el discurso rancio y aprehendido de toda su filmografía. La guerra es mala. La guerra es terrible. Pero eso ya lo sabíamos.