Resulta muy difícil imaginar cómo podría filmarse una leyenda, cómo podría retratarse de la mejor manera posible un relato que sólo existiese en la memoria colectiva recogida a través de vagas palabras, o convertir en imágenes un cuento mágico y ancestral representado ya centenares de veces.
Philippe Grandrieux logra en Un lac filmar una de esas leyendas con una cualidad absolutamente atemporal. La historia del joven Alexi y su familia, que vive en un lugar también atemporal e indeterminado, rodeado de nieve y montañas y aislados de cualquier contacto con otras personas.
Alexi vive fuertemente apegado a su hermana, preso de una necesidad de afecto superlativa, y sufre una epilepsia que lo aísla aún más del mundo potenciando la soledad con la que el inhóspito lugar castiga a sus habitantes.
La historia de Un lac se centra en cómo lucha ese joven por vencer sus propias limitaciones, cómo lucha por encontrarse a sí mismo en un paraje que lo ahoga y que, a pesar de su vasta grandeza, no le ofrece ninguna posibilidad de escape.
Cuando no encuentra consuelo ni siquiera en los brazos de su hermana y escapa desesperado del hogar, es la propia naturaleza a través del frío y la nieve quien lo empuja de nuevo a regresar, a enfrentarse nuevamente a su propia condición personal y a encontrar consuelo en su propia familia, representado cada uno a través de momentos llenos de simbolismo que describen también sus anhelos y esperanzas.
Al aparecer en el lugar finalmente un hombre que reclama el amor de la hermana de Alexi, el joven deberá aceptar la marcha de su ser más querido y desvincularse de esa necesidad afectiva para comenzar a encontrar consuelo en sí mismo.
El momento en que él observa inmóvil y en silencio, lleno de impotencia y a la vez de una comprensión y un amor infinitos, cómo la pareja se marcha más allá del lago y su hermana abandona por fin el seno familiar, es uno de los más hermosos del filme.
Grandrieux filma todo con exquisita ternura, y la película se convierte de repente en una caricia dibujada con trazo grueso, en un abrazo maternal.
El director, verdadero pintor de emociones a través de sus imágenes, parece más interesado por las fotografías aisladas, capaces de representar el mundo íntimo de sus personajes, que por la puesta en escena en sí misma.
Las manos, verdaderas protagonistas del relato, los gestos en la intimidad, las caricias, los abrazos, todo queda en un primer plano, como si en esa soledad trágica que se los personajes se niegan a aceptar, los gestos de cariño adquiriesen una relevancia atronadora.
El filme termina por adquirir la misma cualidad onírica que ostenta el relato, la sensación de haber asistido a un cuento soñado, una historia que, tanto por tierna como por descarnada, tanto por íntima como por universal, parece condicionada a permanecer en el corazón y en la memoria del espectador por mucho tiempo.
Un lac no es accesible con facilidad. Es una cinta árida por su tempo aletargado, por una imaginería visual que puede resultar caótica y desesperante, por el hermetismo latente en los personajes, que nunca manifiestan sus sentimientos a través de palabras sino a través de esos gestos tan bellamente filmados, y porque en el fondo ha conseguido transmitir de manera visionaria y con suma perfección el mundo angustioso y desesperanzado en el que vive Alexi.
Sin embargo, aquel espectador que consiga vencer los escollos narrativos que encuentre obviando los cánones que marca el cine convencional y comercial y dejándose atrapar por las virtudes de la película, hallará un relato punzante, doloroso, hermoso y emotivo, una historia directa y emocionalmente poderosa que, gracias al poder evocador de sus imágenes, se queda grabado en la retina para siempre como si formara parte de una vivencia personal.