Todos tus secretos (Manuel Bartual, 2014)

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El primer plano de Todos tus secretos es la imagen que recoge una cámara web en plena conferencia entre una pareja que celebra, vía online, el cumpleaños del chico. Ella ha preparado una fiesta y ha invitado a todos sus amigos a saludarle, haciendo al chico partícipe de la celebración a través de esa imagen compartida.

La imagen funde a negro, y al regresar, una elipsis nos ha llevado a la mañana siguiente. Solo que ahora ya no está únicamente presente la imagen de la webcam sino que, alrededor suyo, las cámaras de los ordenadores de los demás integrantes de la fiesta componen un mosaico de imágenes en el que podemos ver lo que hace cada uno en su intimidad.

Es la radical propuesta formal con la que Manuel Bartual vertebra toda su película, preocupado siempre por el punto de vista y por la influencia de la posición de la cámara en el discurso narrativo. Una comprometida foto publicada en una red social desata los conflictos entre los personajes. A partir de esa inocente premisa, tal y como ocurría en Desafío Final 2 (2102), cortometraje que forma parte de su generosa trayectoria en el formato y en el que su protagonista miraba fijamente a su propia figura de acción sin conseguir reconocerse, el realizador dibuja en Todos tus secretos una contundente e incómoda radiografía de una generación que sólo sabe autoafirmar su identidad a través de la proyección que lanza la pantalla sobre ellos mismos.

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La decisión formal empuja a acercarse al plano secuencia como elemento principal de la narración. Y no un plano secuencia cualquiera, sino que la película en sí se estructura en torno a cuatro únicas escenas llegan, en ocasiones, a las nueve tomas simultáneas por medio de la multipantalla. No se trata de un reto técnico ególatra ni de una pirueta visual gratuita, sino de una comprometida disposición estética con la que representar, de la mejor manera posible, un material que utiliza el relato coral y las historias cruzadas simultáneas como sus más poderosos pilares. Un entorno cotidiano que pronto revela su fragilidad y se vuelve una cruel pesadilla, en tanto que la sensación de tiempo real generada por el plano secuencia transforma esa realidad, compuesta por mentiras y engaños, en una prisión de la que no hay escape posible.

Ópera prima y por tanto, llena de pequeñas imperfecciones y de soluciones endebles que actúan en contra del implacable estilo de Bartual, pero esta delicada construcción de la ficción se termina materializando con rotundidad. Y no sólo por la adecuación de sus arriesgados planteamientos estéticos al argumento y a las sensaciones que evoca sino, por encima de todo, por la naturalidad de las interpretaciones de un reparto coral que, al igual que ocurre con su director, componen una poderosa muestra de la intensidad artística con la que toda una generación intenta construir el nuevo paisaje cinematográfico de un país desolado.

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