Todas las canciones hablan de mí (Jonás Trueba, 2010)

En la ópera prima de Jonás Trueba, hijo del reputado director español, no puede hablarse de otra cosa más que de descubrimientos.

Descubrimiento de un nuevo autor, lleno de juventud, con todos los excesos, precipitaciones y derroches pasionales que conllevan las manos inexpertas, pero cargado también de unas referencias que han creado unos sólidos cimientos y que pueden crear, quizás, en un futuro, una también sólida carrera de un director que promete entregar obras de gran calado.

Descubrimiento de Oriol Vila, que por fin encuentra un papel protagonista y se convierte en el adalid de ese espíritu de la nouvelle vague que Jonás Trueba pretende dar a su película, como si el joven Oriol se convirtiera en una suerte de Jean-Paul Belmondo durante el rodaje.

Descubrimiento, una vez más, de la capacidad de Bárbara Lennie para transformarse en otra persona, para regalar interpretaciones inolvidables, para recrear a la vecina de al lado, a la eterna amiga, a la mejor amante. Para crear un personaje muy sencillo y simple pero al que ella dota de una manera entrañable de ternura, de belleza, de complejidad y de profundidad.

Descubrimiento también de un cine español hecho por jóvenes y para jóvenes, de excelente interpretación coral, sin renunciar nunca a un pensamiento adulto, o al menos un pensamiento que está en proceso de convertirse en adulto y que no teme enfrentarse a sí mismo y a sus propios miedos, sus inseguridades, sus anhelos y esperanzas.

La sombra de Eric Rohmer es abrupta y evidente, con esa estructura fragmentada en episodios, con esos devaneos amorosos y esos eternos diálogos que parecieran intentar emular a una película del autor francés. Rohmer, sin embargo, era muchas más cosas, y por eso Todas las canciones hablan de mí tiene sólo la mitad del espíritu de aquellas obras maestras a las que intenta parecerse, también en parte porque la conjunción de influencias es a veces atropellada y a veces desbordante.

El joven Trueba parece refugiarse entonces en la música y en las piezas que suenan en la película para componer momentos realmente personales, donde la película tal vez se encuentre a sí misma, y donde el título de la cinta encuentra todo su sentido. También en los silencios, silencios compartidos, en los que el director descubre su mejor habilidad, la de saber retratar con precisión el momento en que muere una pareja, en que la desilusión se apodera de ellos.

Excelente debut para una película descompensada pero llena de pequeños detalles que la hacen grande y que ayudan a que Todas las canciones hablen de mí crezca en la memoria. En el momento en que Jonás Trueba aprenda a destilar la esencia de todas sus influencias y a quedarse solamente con aquellas en las que cree de verdad, se convertirá muy fácilmente en un autor más importante que su padre.