Timbuktu (Abderrahmane Sissako, 2014)

 

Timbutku (Abderrahmane Sissako, 2014)

Convendría distinguir entre películas necesarias y películas interesantes. Sobre todo porque cuando un filme es premiado con la etiqueta de “necesario”se le otorga, también, una permisividad que puede resultar contraproducente. Cegados por el mensaje político o por su carga ideológica, se ha convertido en costumbre elogiar una película por la urgencia de su fondo argumental olvidando, por el camino, cualquier consideración cinematográfica.

Timbuktu plantea los problemas del extremismo religioso en la ciudad de Mali exponiendo, una por una, diferentes situaciones en las que el régimen yihadista termina por ahogar toda libertad humana. No importa tanto el perfil de los personajes como la oportunidad de repasar la dolorosa manera en que la injusticia se abre camino. Una injusticia que opera, además, bajo una total impunidad. A la película no le preocupa caer en un peligroso esquematismo en el que esos ejemplos desdibujen su vocación divulgativa hasta convertirlos en algo cercano a la propaganda, en un coqueteo continuo con un cierto sensacionalismo que pretende provocar respuestas más viscerales que reflexivas: una práctica tan peligrosa como todo aquello que procura denunciar.

Timbutku (Abderrahmane Sissako, 2014)

Es importante detenerse en una secuencia concreta para preguntarse qué tipo de cine está haciendo Abderrahmane Sissako con Timbuktu: aquel momento en el que un pastor mata por accidente a un pescador durante un forcejeo. La cámara se aleja para admirar el desierto, busca la imagen de postal al atardecer, los dos actores se convierten en siluetas y el drama de la situación se desvanece para dar paso a la belleza del paisaje. Sería peligroso, una vez más, ser condescendiente con la mirada del realizador simplemente por su lugar de origen: Sissako parece conocer bien las fuerzas que está convocando. La presencia de un director de fotografía de renombre internacional (Sofian El Fani, operador también en Le fil o La vida de Adèle) tampoco invita a pensar en una visión localista, ni en una en la que reine la inocencia. Donde se observa una admirable sencillez de la puesta en escena puede percibirse también una total ausencia de sutilezas, encaminada a la imposición de un único mensaje.

La dulce música de Amin Bouhafa, que se presenta durante el comienzo como una herramienta con la que trazar los anhelos de los personajes sin recurrir a mostrarlos a través de la imagen, termina utilizada como elemento de refuerzo para las secuencias que persiguen sin temor una mayor carga de efectismo, cuando unos niños juegan al fútbol sin balón o una joven llora por el futuro que le están arrebatando. Hay pocas dudas en torno a que Timbuktu sea un filme valiente, lleno de coraje y consagrado a levantar la voz allí donde reina la sinrazón. Pero esas formas, en apariencia sencillas e inocentes, la convierten también en un peligroso instrumento con el que poder lavar conciencias en lugar de removerlas. No cuesta demasiado escuchar, en estos tiempos, que el mundo necesita películas que denuncien toda tiranía existente. Pero sería igual de necesario preguntarse si, para ello, el filme tiene carta blanca con la que imponer en lugar de enseñar. En definitiva, para terminar convirtiéndose en aquello que odiaba.

Timbutku (Abderrahmane Sissako, 2014)