Los chicos están bien (Lisa Cholodenko, 2010)

Cada año aparece un pequeño milagro, una de esas películas imposibles de producción humilde y de sello independiente que se cuelan entre las grandes apuestas del cine americano de la temporada en la que aparecen.

The kids are all right es esa película, esa suerte de miniatura nada ambiciosa en la que confluyen un sinfín de ¿inesperados? accidentes que la hacen única, enteramente disfrutable, absolutamente gozosas.

Parte de un argumento poco frecuente. Un tema, el de los niños que desean conocer al donante de su madre y encontrar así a su padre biológico, que ya utilizaba la irregular Made in America, de Richard Benjamin, pero que no se servía de él, ni por asomo, con el mismo respeto y con los innumerables temas, familiares y afectivos, que disparará dicho encuentro entre padre e hijos.

La pieza maestra, desde luego, es su guión, co-escrito por la propia directora, la que seguramente sea la pieza literaria del año, con los tiempos perfectamente marcados y con momentos exultantemente brillantes para el lucimiento de todos sus personajes, que no son pocos.

En ese universo familiar, sobresalen con nombre propio el trabajo del matrimonio homosexual sobre el que gira toda la cinta: Anette Benning, una maestra que ofrece mil matices diferentes en cada una de sus creaciones, y Julianne Moore, que encuentra en su personaje una manera de reinventarse a sí misma una vez más.

Si la película no da todo lo que promete, o si plantea más preguntas que respuestas, es porque sabe en el fondo que ninguna de sus respuestas será satisfactoria.

Lisa Cholodenko no es una autora capaz de llevar el relato mucho más allá de la simple puesta en imágenes de un guión que quizás nunca pueda volver a repetir, y el propio filme busca como objetivo último el provocar la reflexión personal antes de conceder la clásica resolución fácil de las películas de la gran industria.

Es cierto que no es una película importante, aunque tampoco lo ambicione. Sin embargo sí resulta una apuesta refrescante, en tanto que devuelve, tímidamente, la esperanza hacia un cine en el que siga siendo posible unir los grandes nombres con grandes historias que inviten a soñar.