Fue en 2004 cuando Alexandre Desplat emigró a Hollywood y compuso uno de sus mejores trabajos, Birth (Jonathan Glazer). Desde entonces se asentó en la industria gracias a su uso recurrente de piano y cuerdas para concebir unas atmósferas no desprovistas de cierta dulzura y siempre con un marcado y refinado acento francés, como ocurría en los dramas biográficos The Queen (Stephen Frears, 2006) o en El discurso del rey (Tom Hooper, 2010). La brillantez y exquisita languidez de su orquestación han terminado siendo motivo suficiente para convertirse en el músico habitual de Roman Polanski, e incluso en los últimos años ha superado parte de esa identidad languidescente que tenía toda su música para acometer proyectos de mayor épica, como la séptima película de la saga Harry Potter.
Superar esos detalles que hacían reconocible su música al instante le ha posibilitado ampliar el espectro cinematográfico en el que puede trabajar, pero también ha dotado a sus trabajos de un aspecto más corriente, menos personal. La banda sonora compuesta para Tan fuerte, tan cerca (Stephen Daldry) es incontestablemente hermosa, y tiene algunos cortes realmente sublimes, pero también es cierto que su orquestación es dispersa, que los motivos se superponen y que en muchas ocasiones Desplat se pierde en sus acostumbrados juegos sin aportar nada al contexto dramático.
El músico se ha vuelto conocido gracias a un estilo que pareciera sacado de una caja de música. Su orquestación es sutil, elegante, está provista de movimiento y la utilización de sus temas centrales es inteligente. Es peligroso, sin embargo, su recurrente abandono a unas atmósferas que en el fondo no aportan nada a las imágenes. La decisión de emocionar a través de la orquestación, de la cualidad de los sonidos, y nunca del trabajo armónico, es una tarea titánica, ingenua y que ofrece resultados muy pobres. Es lo que ocurre en Tan fuerte, tan cerca.
El tema principal, con el que se abre la banda sonora, es sencillo pero efectivo, al estilo de las piezas más notables del compositor. A ella le sigue The sixth borough, uno de los clásicos cortes de Desplat en el que el ritmo impuesto por las cuerdas sirve como sustento a una exhibición en lo orquestal que en ciertos pasajes consigue hacer un guiño a la mejor faceta del músico, esa rebelde y burlesca que es en el fondo la faceta que le define, combinado con el más hermosos de sus temas centrales. The very best plan utiliza la misma rítmica en la sección de cuerdas, pero el motivo con flauta y harpa otorga al espectro sonoro de la cualidad etérea propia del compositor.
La sección de graves remite al contexto trágico de la historia a la que acompaña. Desplat es un maestro a la hora de generar un trasfondo anodino para ir haciéndolo crecer con lentitud para sorprender, en el clímax, con un cambio de registro donde se aprecia siempre su elegancia compositiva. Un cambio de acorde que torna lo dramático en romántico, lo cruel en algo bello, lo desolador en pura nostalgia.
The worst day es un ejercicio de absoluta contención. Con un desarrollo muy poco melódico, impropio de un Desplat que adora el exceso de notas, la pieza crece con lentitud bajo un carácter perturbador. Hay cortes de mayor belleza en el álbum, pero no tienen la importancia de este en tanto que supone un verdadero desafío para un compositor poco acostumbrado a crear climas desoladores en sus obras. El resultado es poderoso, si bien el músico no puede evitar,en un intento de volver a lo narrativo, introducir su mano etérea y su espíritu dulcificado y perder así buena parte de lo conseguido.
Otro corte sorprendente en la carrera del compositor es Mother and Son, alejado de su estilo apacible, desenfadado y en constante movimiento. La partitura es casi una elegía, protagonizada por unas cuerdas en estado de crispación, contenidas siempre por la mano de un autor que se impide a sí mismo superar nunca cierta cantidad de decibelios. El piano se convierte en un recurso fácil, en un instrumento capaz de soportar casi cualquier género, capaz de plegarse a cualquier historia, pero que aquí suena a una cierta desidia en cuanto a la decisión de orquestación. El estilo reconocible de Desplat acaba siendo su elección en la orquestación y no las cualidades de su sonido o su estilo compositivo.
El resto del score resulta igualmente notable, con una mención especial al corte para los títulos de crédito, The swings of Central Park. El problema, sin embargo, es precisamente esa falta de identificación con un Desplat que con cada nuevo encargo parece volverse al mismo tiempo más hermoso en sus temas centrales y también más anodino. Cualquier autor del momento podría haber firmado esta banda sonora, que es curiosamente la más famosa de Desplat en un año en el que ha firmado tres de sus mejores trabajos: Tree of Life (Terrence Malick), Harry Potter and the deathly hallows Part II (David Yates) y La fille du puisatier (Daniel Auteuil).
La repetición de temas, su estructura armónica y el estilo minimalista de estos acaban estableciendo una comparación inevitable con Philip Glass, el rey del minimalismo. (Piano lesson with grandma es un plagio descarado de algunos pasajes de la banda sonora de Las Horas, compuesta por Glass y dirigida por el propio Daldry). Es posiblemente lo peor que puede decirse de la música de Tan fuerte, tan cerca. Que muy pocos dirían que está escrita por Alexandre Desplat, el compositor de los mil rostros.