El olvido y la memoria, o cómo el cine convierte en fábulas lejanas todos nuestros recuerdos. Si la forma de representar lo vivido es la quintaesencia del arte, entonces Tabu puede considerarse uno de los más entrañables testimonios de lo cinematográfico vinculado a los ejercicios de la memoria.
Rodada en blanco y negro y con el estrecho encuadre que castigaba a las películas del pasado, es decir, representando la historia con los mismos medios con que podría haber sido recogida en el momento en que acontece el relato, el filme de Miguel Gomes se divide en dos, presente y pasado, paraíso perdido y paraíso, y habla del ocaso de la vida de dos personas que una vez fueron amantes, para relatar más tarde el romance perdido.
La decisión de representación se mantiene también en el fragmento de película que corresponde al tiempo presente, como si todas las sensaciones de entonces se hubiesen quedado impregnadas en cada uno de los días posteriores, hasta llegar a hoy. La muerte de los personajes, ancianos, no termina con la historia. Su relato entonces vuelve a dispararse y se revive, de una manera infinita, a través del cine.
Amor prohibido, pecado y perdón, revelación y redención. En principio, Tabu sorprende de una manera impactante cuando convierte a nuestros ancianos del hoy como héroes capaces de conmovedoras hazañas en un tiempo olvidado que se nos ha prohibido conocer. En otro sentido, la doble línea temporal convierte la película en una fábula moral en el que un mundo dominado por el concepto del pecado original impide a los hombres y mujeres que lo pueblan vivir en paz de espíritu.
El pecado sigue viviendo, enterrado bajo insondables capas de tiempo que han ido disolviendo su rastro presente. La confesión del anciano no tiene tanto de redención como de lamento, de canto del cisne, de última voluntad. El pecado, el cocodrilo que vive a orillas de nuestro hogar, el peligro que siempre envenena, siempre oculto, siempre presente. Pareciera que, incluso en una representación idílica como el ingenuo universo colonial propuesto por Gomes, no hay paz de espíritu posible para un ser humano condenado a caer en las garras de ese pecado de una manera cíclica y eterna.
La sensación de conjunto, sin embargo, hace pensar más en la atención por recrear el artificio de una manera correcta y coherente que en la pasión que pudiera tener lo narrado. Tabu se convierte entonces en un juego cinéfilo, en un divertimento, con el amor como fondo y como protagonista, en un ejercicio artístico impecable pero cuya alma está tan distanciada de lo que cuenta que la sensación es la de asistir más a un mito lejano que a una fábula cercana.
En su inquebrantable deseo de romper las fronteras de lo trágico y lo romántico, en su búsqueda de la representación perfecta que combine la sensación de lo inevitable con un uso de lo estético supeditado a la celebración del genio de su autor, Miguel Gomes firma un peligroso artefacto, termina encontrando una peligrosa piedra en el camino, que sortea con agilidad pero cuyo tropiezo hace que su obra se tambalee desde sus cimientos. Las fábulas enseñan, advierten, sorprenden y coaccionan, pero nunca sabrán describir las pasiones de lo humano, saltan de boca en boca y viven sin alma. Los enamorados, sin embargo, siempre existirán a través de ella.