Somos los Miller (Rawson Marshall Thurber, 2013)

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Hace ya tiempo que la comedia americana confundió el humor que nace de lo políticamente incorrecto con una simple exhibición de mal gusto. De allí parten los gags más vulgares y olvidables de una moda que parece haberse asentado incluso en las producciones de mayor trascendencia. Que los mayores reclamos del humor contemporáneo pretendan ser lo escatológico y el insulto continuo ofrece la peligrosa señal de un cierto estado de las cosas.

Pero Somos los Miller es una comedia gamberra sólo en apariencia, aunque quiera venderse como tal. En el fondo tiene mucho más que ver con la comedia tradicional, incluso con la road movie convencional, aunque haya nacido bajo unos patrones de naturaleza subversiva y caótica. En ella, un traficante de drogas crea una familia ficticia a su alrededor para poder atravesar la frontera sin levantar sospechas sólo que, durante su viaje, los valores propios del seno familiar absorben aquellas intenciones primigenias. ¿Existe algo menos subversivo? En realidad estamos ante una película amable, que no puede ocultar sus limitaciones y ni siquiera lo intenta.

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Así que, bajo esa pátina de incorrección y mal gusto, lo liviano toma protagonismo hasta desembocar en lo entrañable. Ni rastro de esa engañosa rebeldía ni de su falta de modales. Si los personajes son verdaderos arquetipos es porque sin ellos no existiría película. Aquí todo funciona bajo las reglas del carisma, no de la profundidad del personaje, de ahí que Jennifer Aniston atraiga todas las miradas, rodeada de un elenco con pobres capacidades interpretativas.

Para crear a su familia impostora, David se rodea de los desheredados de su alrededor para terminar formando un cuarteto cuyos miembros perciben, al unirse finalmente, lo solos que se encontraban. Y en la defensa de esa unidad familiar imaginaria sus personajes hallan un sentido vital alejado de su egoísmo particular, sobre todo al poner en relación su vivencia como familia frente a la fauna con la que se van encontrando durante el viaje.

Y cuanto más bucea en lo sentimental, cuanto más ahonda en la relación entre sus miembros y la ternura se apodera del relato, entonces la película intenta huir de nuevo hacia el gesto vulgar, el chiste fácil o el humor más ordinario como manera de defenderse ante lo emocional, como si todo aquello pusiera en crisis la vigencia de la mala educación y el mal gusto como legítimos motores expresivo. Quizás ahí se oculte lo más interesante de una película que no deja de luchar nunca consigo misma. Mientras sus personajes realizan su particular viaje sin retorno, el propio filme descubre que su punto de partida ya no tiene ningún sentido. 

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