Somewhere (Sofia Coppola, 2010)

Somewhere comienza con un plano fijo, situado justo en la curva de un circuito de carreras. Puede escucharse el motor de un vehículo que da vueltas al circuito sin cesar, pero sólo podemos verlo cuando pasa por delante de la cámara, durante unas décimas de segundo.

La película se presenta con esa primera imagen como metáfora visual sobre sí misma, bajo la idea de filmar aquellos vacíos y tristes espacios de la vida de un actor cubierto de fama y gloria, justo esos momentos que la televisión se niega a mostrar. Sofia Coppola coloca su cámara justo en la curva más peligrosa del circuito, aquella en la que se encuentran todos los fantasmas, todas las sombras del glamour, todos sus sinsentidos.

En ese lugar, el hastío es quien domina la filosofía de una vida cubierta de excesos. Todo ha dejado de tener sentido, ha perdido su sabor. La contrapartida visual es justo el segundo plano de la película, las chicas que hacen striptease en la habitación del actor.

El sexo siempre estará presente pero sólo como escaparate, como elemento intangible, pues sigue siendo muestra del éxito y del poder, pero siempre estará presente de una manera residual, insípida, sin significado. De nuevo el hastío, donde suceden todos los posibles sinsentidos. Somewhere les permite ser los protagonistas de la primera parte del metraje.

La ausencia de una estructura rígida en el relato, las constantes digresiones, su narración aparentemente arbitraria, es lo que le da la enorme libertad que respira la película, aunque el argumento parezca avanzar dando tumbos, como su protagonista. Digresiones, por tanto, necesarias.

El modo improvisado de rodaje está en realidad más controlado de lo que parece. Es ya característica en Sofia Coppola esa aparente forma caótica de abordar la planificación de sus películas, basada en una infructuosa búsqueda del no-estilo.

Se trata, en realidad, de una sofisticada búsqueda de lo esencial, por parte de alguien que se educó en el mundo de la moda y que inicia con su cine un proceso de despojarse de todo lo accesorio, que acaba convirtiendo sus películas en un vacío solo aparente, repleto en realidad de pequeñas obsesiones.

Y entonces llega la niña.

Una hija de una relación pasada. Una niña tratada siempre con cordialidad, pero con la inevitable sensación de tratar con algo ajeno. Su irrupción en ese mundo vaciado de contenido visto siempre bajo la mirada del desánimo hará despertar al fin los corazones dormidos. Filmar cómo una persona mira las cosas por primera vez es uno de los actos más hermosos de todo el cine de la realizadora.

No genera un giro radical del argumento, sino un proceso natural de limpieza y liberación en alguien que encuentra, por fin, una manera de empezar de nuevo a través de su hija. La sensación y la posibilidad de que comprometerse a crear un mundo nuevo para ese pequeño ser va a redimir su vida, de alguna manera. Un compromiso fundamentado en el amor. Y lo liberalizador de ese compromiso, por parte de un verdadero esclavo del hedonismo que encuentra al fin su manera de huir.

Es el enésimo proceso de cambio, pero se trata de una película importante en tanto que no sólo propone un caos que busca después su manera de reconstruirse, de hallar un camino que genere sentido a una vida inexistente. Lo importante es cómo el propio armazón narrativo parte del caos para ir construyendo, encontrando, un relato a partir de esas imágenes. Es el nuevo acierto en el cine de Sofia.

Es su película más pequeña, menos pretenciosa, pero es también la más valiente, la menos ensimismada, la más realista. Una obra mayúscula, disfrazada de pequeñez e intrascendencia. Como en María Antonieta, el cine de Sofia Coppola es grande porque incluso bajo un envoltorio gigantesco, lo emocional sigue siendo lo importante. Somewhere es grande porque, filmando esa sola esquina de la carretera, ese solitario y estrecho margen de la historia, tiene la valentía de filmar el espíritu de dos almas que se encuentran y que ya nunca más querrán estar separadas.