En esta película, Denis Villeneuve se enfrenta a un hermoso desafío narrativo. Sicario comienza con una mujer como protagonista, agente de las fuerzas especiales, pero el filme revela progresivamente a otro personaje, un asesino contratado por el gobierno norteamericano, como el auténtico centro del relato. Ese otro individuo ni siquiera aparece en el plano en el momento de su presentación, pero su presencia engullirá de manera gradual a aquel personaje con el que se inició la narración.
La operación puede tener sentido como reflejo de un mundo abusivo dominado por hombres que termina por anular a la mujer protagonista – «Este es un mundo de lobos, y tú no eres un lobo», sentencia el asesino que da título a la película – pero al realizador no parece interesarle demasiado ese contexto, ni tampoco las implicaciones políticas de las prácticas del ejército americano en la lucha contra el narcotráfico en sus fronteras. Lo que parece fascinar a Villeneuve es, como ya le ocurría con Enemy (2013), ese salto de un personaje a otro, de un protagonista que se refleje en otro y de una película que acabe por desdoblarse.
Para conseguir una escisión narrativa tan sorprendente como esa, el autor cuenta con un equipo técnico lleno de grandes nombres. El trabajo de Roger Deakins es el de un auténtico discurso de la luz. Habría que contemplar de nuevo el atardecer justo antes de la misión definitiva, entendido como descenso a los infiernos, o el duelo de miradas final entre los dos personajes principales, luchando por recuperar el protagonismo del relato, concebido bajo la peligrosa elección de la luz natural como fuente de expresión artística. En ese descenso a los infiernos también juega un importante papel la banda sonora de Jóhann Jóhannsson, quizá en su encargo americano más valiente y eficaz hasta el momento: buena parte del espíritu descarnado de Sicario proviene de sus planteamientos sonoros.
Denis Villeneuve sólo carece de una cualidad para alcanzar ese panteón de grandes cineastas preocupados por la naturaleza narrativa de sus relatos: el fuera de campo. Para el realizador de Incendies (2010), sólo existe lo que se ve. Entiende la magnitud del terror psicológico como algo que, en gran medida, sigue naciendo de lo visual. Incluso en Sicario, donde existe la oportunidad de un fuera de campo ante la muerte de dos niños, Villeneuve se decanta por lo explícito, por lo visible. Lo invisible es un abismo al que aún no ha sabido enfrentarse. Por eso es muy probable que el mejor plano del filme sea aquel en el que, ya con el asesino como protagonista en solitario, desaparece de la imagen porque también desaparece de la señal de satélite que observan sus compañeros. El sicario desaparece mientras le advierten por radio: «Ahora estás solo».