Puede que pocos conozcan, de entrada, la obra de Marc Streitenfeld como compositor, a pesar de haber trabajado en la industria desde muy joven como compositor asistente y haber obtenido gran prestigio como editor y supervisor musical en los últimos años. Su labor en la composición, sin embargo, se reduce a los últimos trabajos del director Ridley Scott, desde Un buen año (2006) hasta Prometheus, pasando por las olvidables Robin Hood (2010) o Red de mentiras (2008).
No se trata, pues, de un compositor de brillantes melodías o de músicas insidiosas, aunque sí es un gran conocedor del sonido y de sus cualidades atmosféricas, y posee una gran capacidad para seleccionar y generar las texturas precisas que requiere una escena en concreto. Su labor en Prometheus, meramente ambiental, es por tanto muy poco rica musicalmente, y muy brillante en la búsqueda de esas texturas que busquen el tono emocional exacto para cada escena a la que acompañan.
Los cortes Life, Going In o Not Human, son excelentes ejemplos de este estilo atmosférico. No hay sustancia alguna, no hay discurso narrativo alguno en la música, y sin embargo el sonido genera un clima muy concreto, con toda la dificultad que conlleva para un músico adecuarse a las imágenes con las que debe convivir. Excelentes y muy efectivas texturas sonoras, con un desarrollo musical nulo o, en el mejor de los casos, nada interesantes. Se plantea así la cuestión que define toda la banda sonora: ¿acaso son incompatibles la creación de texturas y de climas atmosféricos con un buen desarrollo narrativo en la música?
Es posible que tras esta necesaria cuestión se encuentre el propio Ridley Scott, que hace tiempo prescindió de su compositor habitual, Hans Zimmer, un músico varios escalones por encima del que se ha convertido en el nuevo colaborador frecuente del director. Scott comenzó a perfilar un diseño industrial en su manera de hacer cine desde el comienzo de la década pasada con Gladiator, proceso que ha culminado en sus películas de los últimos años. En ese proceso de estandarización de sus trabajos, el resto de disciplinas artísticas ha ido perdiendo su identidad tanto como la mano creativa del propio cineasta. Es lógico por tanto la elección de un Marc Streitenfeld para la música en tanto que pierde las pocas cualidades narrativas que ya tenía la música en las películas del director para conformar bloques atmosféricos sin interés alguno.
La muestra definitiva de esta filosofía es el corte de la partitura titulado David. Efectos sonoros digitales del todo anodinos que no compiten nunca con la calidad de la imagen filmada, siempre un peldaño por debajo sin dejar de cumplir su función de mero acompañamiento. Puede que se haya terminado por aceptar esta filosofía creativa como un procedimiento natural, cuando menos común, pero lo cierto es que una película sin calidad narrativa en el plano sonoro muestra una gran fisura en sus intenciones discursivas. Aquel cineasta que no presta especial atención a lo que suena en su película y no le concede la importancia que realmente merece está renunciando también a que el mensaje de su obra se traduzca a partir de todos los canales narrativos posibles.
Uno de los pocos cortes sobresalientes en el generoso disco de veinticinco pistas es la estupenda Earth, brillante generación progresiva de un acorde en modo mayor que crece lentamente y hace pensar en lo diferente que hubiera sido esta partitura completa de haber sido enfocada de otra manera. Space Jockey es otra gran pieza, en la que música atmosférica y desarrollo narrativo tienen el único de los combates en el que lo narrativo gana la batalla y ofrece el único momento del score en el que las texturas buscadas se atreven también a trabajar como música descriptiva.
En Friend from the past, Streitenfeld se atreve a homenajear a Jerry Goldsmith introduciendo aquí la melodía compuesta por el maestro para la primera Alien, el octavo pasajero (1979), arreglada a partes iguales con instrumentos sinfónicos y electrónica. El efecto que se consigue es, precisamente, arrojar luz sobre lo lejos que este nuevo trabajo se acerca a aquella banda sonora de referencia en el universo de la ciencia-ficción para el cine. Escuchar aquel tema principal no hace más que echar de menos la búsqueda de una identidad propia en una banda sonora que no cesa de experimentar con sonidos y atmósferas pero que no encuentra nunca su voz más allá de esa sofisticada fachada.
Quizás algún espectador quiera participar en el engaño y se atreva a defender estos procedimientos argumentando que esto es lo que la película necesita. Nada más lejos de la realidad. Puede hacerse gran música atmosférica sin caer en la mediocridad de cortes como Debris o Planting the Seed, auténticas colecciones de ruido sin motor descriptivo alguno. La propia banda sonora de Jerry Goldsmith para la primera película de la saga Alien era un maravilloso ejemplo sobre la ausencia de rivalidad entre atmósfera y capacidad narrativa de la música para el género. Tal vez la única diferencia que existe en realidad es que aquí se acerca a su tratamiento un músico menor, más preocupado por la calidad del sonido que por lo que éste es capaz de contar.
La banda sonora se cierra con Invitation en una de sus últimas pistas, en un tono muy cercano al de la pieza titulada Earth. Momentos aislados que invitan a pensar en cómo el envoltorio concebido por Streitenfeld tiene una factura técnica impecable, pero su resultado global no abandona jamás la superficie. Y en ese sentido pueden advertirse las aristas de una película que, al separar sus componentes, revelan su definitiva impostura. Queda por ver si Prometheus aprovecha ese universo sonoro para engrandecer al menos lo filmado, o si la película también quedará presa de la superficialidad y artificialidad de este score intrascendente.