Es evidente que tanto Peter Lord como Nick Park han convertido el éxito de los personajes Wallace y Gromit en una imagen de marca por encima de cualquier cuestión de estilo o de técnica cinematográfica. Plastilina animada, o el milagro de la apariencia artesanal en comunión con un humor de sorprendente inteligencia, aquella propuesta parecía funcionar como producto infantil al tiempo que satisfacer a ese tipo de espectador emergente que le pide al cine de animación un entretenimiento más adulto.
El reto, esta vez, implicaba llevar al largometraje los relatos de las novelas de Gideon Defoe y concebir una hora y media ininterrumpida de un relato que debía aparentar ser un continuo y evitar los discutibles resultados de propuestas animadas compuestas por sucesiones de cortometrajes, que acaban por conformar un largo únicamente por su duración y no por sus contenidos.
El resultado es satisfactorio porque los nudos de la trama se conciben como piezas prácticamente independientes: la presentación de los piratas al concurso de Pirata del Año, la travesía, la aventura con Charles Darwin o el encuentro con la reina. Cada escena tiene su propia textura, su escenario particular, construidas siempre con pequeños chistes visuales pero edificando siempre un gag de mayor tamaño que culmine la secuencia.
Lo que queda es una película con su propia identidad y con un sentido del ritmo ejemplar en el que, de nuevo, lo importante son los detalles de la animación y de su diseño. El mayor de los alicientes es examinar los objetos, la belleza de contemplar vivo un dodo por primera vez, o los movimientos de aquello que se desliza en un segundo plano, incluso cuando la fuerza o la intensidad con la que está narrada decaiga en algunos momentos por algunas soluciones demasiado previsibles, por olvidarse de su original concepto y tratar de plegarse al relato clásico infantil para saldar así sus ambiciones comerciales.
Las conquistas de ¡Piratas! van más allá del entretenimiento, pues se acerca a lo que otros cineastas intentaron con mayores aspiraciones y se quedaron en el camino en la búsqueda de una identidad visual muy difícil de alcanzar. En ese sentido, ¡Piratas! es la película de animación que Wes Anderson siempre quiso concebir, y la que él hubiera rodado si no hubiese estado demasiado pendiente de remover sin novedad los mismos temas de su filmografía en su acercamiento al género (Fantástico Sr. Fox, 2009). La profundidad de los personajes y el sentido de unidad de aventura que la película le otorga al grupo son triunfos de sencilla apariencia pero cuya búsqueda ha supuesto una odisea a muchos grandes cineastas.
Noventa minutos después, la película ha desvelado sus entresijos. Su técnica animada ya no supone una novedad y eso le resta gran parte de su reclamo. Está al nivel de las grandes producciones de su género y, sin embargo, la sensación es que como espectador uno podría pedir una vuelta de tuerca más. El giro definitivo, libre de imposiciones comerciales e inevitablemente arriesgado, que pudiera convertir el entretenimiento en una obra perdurable.