Mud (Jeff Nichols, 2012)

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Mud es el nombre de un guerrero que ha decidido abandonar el mundo y esconderse en una isla olvidada, trazar el plan perfecto para reencontrarse con su amada. El hombre de barro, un nuevo Robinson Crusoe.

Ellis es un niño que descubre aquella isla por pura diversión: cruzar el río conlleva el placer de lo prohibido y, al mismo tiempo, exige la valentía de adentrarse en lo desconocido. En ese viaje iniciático está presente, por supuesto, el inefable relato sobre el paso a la edad adulta pero, tras él, se oculta algo de mayor profundidad.  

Cuando Ellis y Mud se encuentran parecen estar viendo su propio reflejo, como si el adulto se reconociera en los ojos del niño y Ellis divisara en la figura de aquel lunático, que se ha atrevido a abandonarlo todo por amor, el más hermoso futuro para sí mismo. La utopía de este Robinson Crusoe supone el definitivo salto al vacío, ajeno a toda lógica, pero Ellis queda deslumbrado porque aquel radical gesto combate la idea del amor que ha conocido hasta entonces: el amor fugaz, no correspondido de la adolescencia, o la separación inminente de sus padres.

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Se pone en marcha así un mecanismo que gira en torno al guerrero atrincherado en la isla y a su joven ayudante. Además impone a cada uno de los personajes que integran el relato que funcionen como reflejo los unos de los otros, como si a Jeff Nichols le interesara más un posible subtexto que la propia deriva de su historia. Mud está construida bajo ese deseo evidente, y en ocasiones forzado, de insuflar profundidad a cada personaje del rompecabezas para tratar de aferrarse a una inteligencia que quizás no posee la idea primigenia.

Quienes disfrutan con el acercamiento al mito fundacional encontrarán en el filme una obra superior. Pero Mud ha sido concebida bajo la fórmula del relato sencillo que esconde en su interior una gran carga metafórica. De hecho, ese pareciera ser su gran reclamo. No hay momento para la naturalidad ni para lo espontáneo. Incluso cuando Jeff Nichols plantea una estética de lo espiritual, casi de un western alejado de todo convencionalismo, la película no puede evitar desvelar las costuras de un ambicioso guión que se ciñe a los tópicos de manual de manera autoimpuesta y como apuesta segura.

Si hasta ahora en el cine de Nichols el guión era un punto de partida con el que convocar unas imágenes de una capacidad comunicante superior, aquí las imágenes están siempre supeditadas al texto y no pueden evitar el continuo estatismo al que le someten las palabras, acercando su puesta en escena al artificio. El hermoso retrato de los paisajes del Mississippi conseguidos por Adam Stone no ocultan unos parámetros que podrían pertenecer al telefilme más adocenado.

La inclusión de una escena de acción pura en el desenlace de la película parece tener poco que ver con su auténtico espíritu. Es, precisamente, uno de los rasgos que condenan a este antihéroe a vivir en un mundo aparte: inventar mentiras para seguir viviendo. ¿Cómo, si no, poder vivir en un mundo en el que los adultos no se hablan entre sí y en el que Ellis debe hacer continuamente de mensajero? Por eso Matthew McConaughey sonríe cuando se encuentra finalmente con el mar abierto, ofreciéndole una nueva oportunidad. El personaje ha cruzado el desierto interior, su infierno personal, ha dejado atrás su isla. En ese sentido, Mud se encuentra mucho más cerca de Náufrago (Robert Zemeckis, 1998) que de Take Shelter.

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