Para hablar de obras capaces de transmitir un estado de ánimo, he aquí una película ejemplar. Obras que cuenten el espíritu de una época, el pensamiento de un momento determinado, la fugacidad de un instante que se marcha.
Como ocurría en Cumbres borrascosas (Andrea Arnold, 2011) el material original, nacido en el seno de otra de las artes, realiza un viaje de millones de kilómetros hasta convertirse en un objeto de naturaleza puramente cinematográfica, aunque esa distancia pueda parecer por momentos extrañamente cercana. La película busca trasladar a la pantalla las sensaciones de la pintura creada por el célebre Joseph Mallord William Turner (1775-1851) y convertir el retrato de su vida en una extensión de esas impresiones pictóricas, como si la vida del artista pudiese ser contada a través de sus propias herramientas como pintor.
De ese modo, la película no sólo se detiene a contemplar los paisajes por los que transita el personaje, sino que son en realidad su auténtica razón de ser. Para lograr ese efecto, el director Mike Leigh ha otorgado una libertad inusitada a su colaborador, el operador Dick Pope, que realiza aquí una labor de fotografía de carácter pictórico en la que vale la pena perderse: una biografía contada a través de imágenes, de puestas de sol, de retratos del cielo capaces de hablar de la esencia de un hombre.
Quizás con el deseo de ofrecer una aproximación completa, la película intenta atravesar la vida privada del personaje al tiempo que un retrato de la propia sociedad en la que se mueve. De esa manera podemos contemplar su capacidad de amar, o la forma de conmoverse ante el mundo, mientras el mundo artístico de su época parece darle la espalda a su pintura, que se vuelve progresivamente abstracta conforme avanza. En ese sentido, tal vez habría que buscar en el personaje de su esposa, que ha enterrado a dos maridos con anterioridad, una cierta correlación entre la fugacidad de la vida que presenta la vida de los personajes con respecto a una evolución de la pintura, ese sorprendente camino hacia la abstracción.
Puede que no haya un elemento narrativo más en sintonía con esa última etapa de la pintura en Turner que la música compuesta por Gary Yershon para la película, otro pequeño prodigio que busca, en las formas de vanguardia, acercarse a un retrato del personaje que termina resultando tan inasible y sugerente como sus propias obras de arte. De manera que no es atrevido aplaudir la dimensión técnica y artística de una película que parece haber encontrado en sus formas la expresión perfecta para definir a una personalidad de difícil reducción, de múltiples matices y de reconstrucción compleja que parece, aquí, resuelta con engañosa sencillez.
Queda preguntarse si es del todo coherente una película de marcado carácter impresionista que ha escogido plegarse a los acontecimientos históricos del personaje al que se acerca, como si apostase por un caleidoscopio de influencias en el que lo espiritual juega sólo una más de sus dimensiones. Tal vez la pregunta esté en hasta qué punto tendría mayor coherencia buscar una abstracción progresiva en lo narrativo tal y como ocurrió con el propio pintor y su obra. A tenor de lo que ocurre en el desarrollo de la película, que decide poner en escena de manera explícita la representación de una de sus pinturas más famosas, puede que el filme haya terminado consagrado a admirar el genio, a celebrarlo, a rendirse ante él. Al pintor sin duda le sorprendería la complacencia, el acuerdo general del público del presente en considerar a Mr. Turner una obra maestra, una película que relata la vida de un artista de compleja relación con el público de su época.