Margin Call (J.C. Chandor, 2011)

El cine ha sido desde su nacimiento la herramienta perfecta para contar la historia del mundo. A través de él puede reconstruirse el pasado o bien crear una ficción a partir de un tema concreto, como hiciera Tarantino en Malditos bastardos. El poder y la magia del cine transforman incluso las reconstrucciones más específicas en la mera ilusión de la representación de una ficción.

Margin Call se atreve a diseccionar las veinticuatro horas previas al comienzo de la crisis financiera que tuvo lugar en 2008, pero nunca a la manera de un documental, sino como ficción edulcorada de un planteamiento que coloca a muchos de los responsables como partícipes de una dimensión humana que invita en ocasiones incluso a la sorprendente empatía.  

¿Es menos lícita una ficción sólo porque ésta empatice con los responsables de un acto delictivo? Conviene recordar a aquellos que condenen la falta de rigor documental de la película que precisamente la representación de los villanos en la pantalla es la que ha generado las mejores películas de la historia. Margin Call no juega a explicar la realidad, es un mero producto de entretenimiento construido en base a un hecho real. Las películas no son menos sólo porque no relaten la realidad con precisión de cirujano, ni los documentales mejores sólo porque estén obligados a hacerlo.

Concebida a la manera de Glengarry Glen Ross (James Foley, 1992), esto es, a través de la mordacidad y la acidez que dispara la temática de su relato y las aristas de un sistema económico cruel y despiadado, Margin Call no llega nunca al nivel de aquella sobre todo porque J.C. Chandor regala una cierta contención aplaudible, pero no tiene pulso narrativo suficiente ni como director ni como escritor para que la intensidad de sus planteamientos cobre fuerza más allá de la pantalla. 

Sí que puede atribuirse el mérito al menos de haber sido la primera película en intentar acercarse a los hechos económicos de Septiembre de 2008 con una cierta seriedad o con aire de trascendencia, alejada de la frivolidad con que trataba el tema la floja Wall Street: El dinero nunca duerme, de un Oliver Stone que justifica la banalidad de sus filmes recientes siempre a través de un hecho histórico que le sirva no como base, sino como excusa.

El reparto coral deja algunas joyas interpretativas especialmente atractivas, como un Kevin Spacey encargado aquí de dotar de la citada humanidad a los responsables de la catástrofe. Jeremy Irons engulle al resto del reparto con una creación poderosa y llena de magnetismo como auténtico pez gordo del banco de inversión. Paul Bettany ofrece aquí el que es su mejor papel, con mucha diferencia, huyendo por primera vez de sus manías gestuales y sus excesos interpretativos.

La lástima es que Zachary Quinto, otro actor que encarna un papel importante en el relato, no está a la altura de sus compañeros. Cómo igualar con tal juventud a Kevin Spacey o a Jeremy Irons cuando celebran una reunión entre ellos, resulta imposible. Los actores más jóvenes de la película estropean la fuerza con la que todo lo visual irrumpe en los planos de Margin Call, permitiendo que la historia se haga permeable a la banalidad, tanto en lo visual como también en lo argumental, siempre que la historia se centra en alguno de ellos.

El último error de la película es el que ni siquiera se atreva a funcionar como relator de los acontecimientos a un nivel más general. El filme se detiene en las horas previas a la crisis. La historia sólo contempla las veinticuatro horas anteriores, como si sólo le importase señalar que también hubo gente inocente involucrada en aquella estafa a gran escala. La falta de escrúpulos se palpa a través de toda la película pero no en todos los personajes.

Puede que esa tensión entre la corrupción de unos personajes y la integridad de otros sea lo que interesa a J.C. Chandor al concebir su película, pero lo plantea de una manera del todo insustancial. La integridad que viven algunos personajes en silencio acaba siendo filmada como pura cobardía, la muestra definitiva de que quien está tras la cámara tiene habilidad para componer un plano bonito, una imagen de postal de Wall Street en la noche cerrada, pero que aún le queda un largo camino para conseguir que entendamos sus pensamientos contemplando simplemente las imágenes que ha filmado.