Hans Zimmer lo ha vuelto a hacer. Se ha vuelto a servir del mal llamado “estilo Zimmer”, que es en realidad la ausencia de todo estilo, para construir una banda sonora de altos vuelos. Es, posiblemente, un trabajo donde el compositor haya tenido la mayor de las presiones. Por primera vez, y a diferencia de otros desafíos como el de The Dark Knight Rises, en el que la expectativa era muy alta pero competía a fin de cuentas consigo mismo, Zimmer se enfrentaba a la sombra de una obra inmortal como era la partitura de John Williams para el primer Superman.
En ese sentido, el compositor alemán ha decidido mantenerse fiel a su manera de hacer música, omnipresente y sin lugar para el silencio, tratando siempre de superarse a sí mismo. Es bien sabido que, desde la concepción de Gladiator, han surgido infinitos imitadores que no han hecho más que lastrar las discutibles señas de identidad del autor original a través de mediocres aproximaciones a un procedimiento de apariencia sencilla pero de difícil copia. Es por esto por lo que cada nueva entrega del auténtico Zimmer sabe a triunfo, porque la industria americana ha acostumbrado el oído del espectador a sus sucedáneos y, en contraste, la música del compositor primigenio suena a excelencia.
Es necesario pensar y escuchar la banda sonora de Man of Steel teniendo siempre presente que la película a la que acompañan estos sonidos la dirige un autor como Zack Snyder cuyo extraño aliento poético, que irónicamente convive con las ficciones más hostiles, se filtra entre las cuidadas imágenes de una puesta en escena siempre preciosista y ensimismada. Y conviene acercarse a la partitura con esa perspectiva porque, de otro modo, la naturaleza fragmentada, etérea e irregular del trabajo de Hans Zimmer quedaría entendida de forma equívoca como un trabajo del todo disperso y carente de interés en lugar de apreciar cómo se pliega a un relato con las mismas características: la difícil tarea de aunar el sentimiento introspectivo del personaje, el mito de su origen y la acción que da legitimidad al hombre para transformarse en héroe.
El músico vuelve a apoyarse en la construcción rítmica de los violonchelos como motor expresivo y como instrumento que dote de dinámica al conjunto. De ahí surgen los momentos más brillantes de la partitura, pero también sus lugares comunes. El corte Oil Rig, construido casi exclusivamente a base de una percusión de sonoridad descomunal, podría remitir a los procedimientos con los que Zimmer concibió Gotham’s Reckoning, una pieza perteneciente a The Dark Knight Rises en la que la percusión y un mantra recurrente a cargo de un coro masculino componían todo el espectro sonoro. Desde aquella pieza, que se convertía en uno de los leitmotiv de la cruzada contra la ciudad de Gotham, Zimmer parece haber confundido el uso de lo percutivo con la creación de un escenario pleno de adrenalina, cuando a lo que asistimos realmente es a la ausencia de toda identidad. De ahí muchos de los peligros de esta música, que bien podría transferirse a cualquier otra saga en la que haya participado el compositor y seguiría acompañando a las imágenes de la misma forma.
Acompañar, no engrandecer, porque a fin de cuentas lo que está ocurriendo es que el “estilo” se superpone a la historia. Si la pieza llena de fuertes percusiones se ha transformado en símbolo de excelencia, la música para cine corre el peligro de convertirse en un lamentable estándar. Dicho de otro modo, la filosofía del “cuanto más grande, mejor” ha terminado por asentarse. Las secuencias de acción piden aquellos sonidos como condición necesaria para sobrevivir en el mundo audiovisual contemporáneo, lo que transforma esas escenas en piezas de espectacular pirotecnia pero carentes de toda identidad personal que las diferencie del resto.
Pero también hay aciertos en la banda sonora, no sólo decisiones discutibles que se han convertido en rutina. Y sus aciertos vienen, en cierta manera, reciclados de trabajos posteriores en los que el compositor sí había experimentado una fuerte evolución personal. El tema de amor de Inception por ejemplo, Old Souls, encuentra aquí una coherente evolución de sus conquistas a partir de un tema central desarrollado en torno a la idea del pasado de Superman, con un protagonismo absoluto en el corte Goodbye My Son. Otro tema de espíritu introspectivo, el dedicado al propio personaje y a su lado puramente humano, parece mucho más ceñido a una construcción convencional. El corte This is Clark Kent, con un piano editado para potenciar su sonido metálico, desarrolla las posibilidades expresivas de este tema concreto, que encuentran pronto su límite y entonces Zimmer conduce el tema a un nuevo salto rítmico en el que la presencia de los violonchelos pueda diluir, progresivamente, la presencia del material original para irlo transformando en la pieza central hacia donde se dirige toda la banda sonora.
Y ese momento central no es otro que el escenario desarrollado en la pieza What Are You Going to Do When You Are Not Saving the World?, en el que los recursos habituales de Hans Zimmer brillan en todo su esplendor hasta alcanzar un imponente clímax. Insidiosa, luminosa, es aquí donde radica el triunfo del autor, que si bien no deja de repetir sus fórmulas acostumbradas sí que consigue obtener de ellas resultados cada vez más depurados y efectivos. Ningún otro tema puede hacerle sombra. Otras cuestiones son las trampas emocionales o los trucos efectistas que éstas puedan tener, que están ahí y que son palpables desde su construcción armónica hasta la manera de utilizar la orquesta (el corte Krypton’s Last es el ejemplo por excelencia), pero conviene también señalar la efectividad de sus planteamientos en un contexto en el que el fracaso absoluto era del todo sencillo. Bajo la alargada sombra de John Williams en el proyecto, la decisión de Zimmer de alejarse del todo de un tema heróico recurrente que acabe ahogado por la inevitable comparación parece una jugada acertada, aunque no deje de ser también un reflejo de los tiempos que vivimos.
A partir de aquel clímax se construyen muchos otros momentos, que parecen conducir al estallido final de manera progresiva y soterrada. Look to the Stars, en el prólogo, utiliza el mismo material para elaborar un interesante clima sonoro, en el que la participación de voces femeninas introducen otra decisión recurrente de la banda sonora. La voz humana como transmisor de emociones profundas, de recuerdos del personaje que se remiten a un prólogo donde lo emotivo juega un papel fundamental en el desarrollo futuro de la historia. Flight también está compuesto en torno al mismo tema, pero las decisiones remiten demasiado a la orquestación de Inception como para otorgarles una voz propia. La pieza acaba convertida en caricatura. El tema de Clark Kent y este se adueñan de los momentos discursivos de la música tratando de fortalecer ese contraste entre lo íntimo y lo grandilocuente, pero su equilibrio es delicado. Por otro lado, temas como Launch parecen destinados a cubrir la cuota de espectacularidad requerida en una película de estas características, allí donde Zimmer se desenvuelve como ningún otro autor de la actualidad y por el que se ha convertido en principal adalid del lenguaje audiovisual contemporáneo en este tipo de cine, para bien o para mal.
¿Consigue Man of Steel el equilibrio como material sonoro? ¿Se trata de un discurso coherente y bien construido? Sus aciertos son innegables: el poder emocional que desprenden algunos de sus mejores momentos, o la depuración a la que ha llegado la música de un autor preocupado por obtener la máxima eficacia posible son evidentes. Pero también es evidente la repetición de recursos que ya se encontraban en los mejores y más recientes trabajos de su carrera. La música abraza el espíritu de Zack Snyder, realizador que se mueve en esa difícil línea entre lo intimista y la pretendida grandilocuencia, y en ese sentido Zimmer ha entregado aquello que se le pedía. De ahí ese espíritu languidescente que se combate a sí mismo a base de violentas oleadas de ruido. “Funciona”, es el verbo en el que muchos oyentes parecen escudarse. ¿Se ha convertido “funcionar” en un símbolo de excelencia? ¿Seguiremos recordando esta música dentro de un tiempo? Son las preguntas que quedan por hacerse.