Los niños lobo (Mamoru Hosoda, 2012)

Tras una historia de amor, ¿cómo podría representarse el espíritu de los amantes a través de sus hijos? En un nuevo ser concebido por la pareja, ¿sería posible distinguir los rasgos que provienen del padre? Son las profundas, conmovedoras preguntas que parece hacerse Mamoru Hosoda a través de esta pequeña historia en la que Hana debe aprender una nueva forma de diálogo con su ser amado, ya desaparecido, a través de la relación con los hijos que tuvieron juntos.

Es otro de los cuentos imposibles y sobrecogedoramente íntimos concebido por Mamoru Hosoda, siempre fascinado por historias en torno a la unidad familiar y por explorar la naturaleza de esos lazos que genera. Wolf Children mezcla lo fantástico y lo real para ofrecer la posibilidad de que aquellas diferencias entre la pareja sean lo menos sutiles posibles. Si Hana encarna la bondad humana y lo espiritual, el terreno fantástico con el que habitualmente coquetea Hosoda convierte al hombre en licántropo. De esta manera resulta imposible no distinguir los rasgos de aquel en los niños, que transforman su aspecto a conveniencia y que aún no han aprendido que está prohibido mostrar en público los rasgos de su padre.

Siendo la más pequeña en ambiciones de sus tres grandes obras, lejos del retrato adolescente de The girl who leapt through time (2006) e infinitamente alejada de Summer Wars (2009), Wolf Children sigue la estela de aquellos filmes en los que una etapa vital, esta vez la maternidad, queda retratada con tanta dulzura como honestidad. El coqueteo con lo fantástico permite poner de relieve la importancia y belleza de los gestos sencillos en el seno familiar, al tiempo que genera un motor argumental que transporte la película radicalmente desde el más puro costumbrismo a un escenario en el que la acción es la protagonista. 

Cuando Hana decide marcharse de la ciudad y comprar una casa en las afueras, la película se quiebra en dos partes. Mientras la primera mitad está dedicada al encuentro de la pareja y al nacimiento de los dos niños, el segundo tramo se centra en la vida de los dos pequeños y en explorar ese salto hacia la edad adulta, ese momento en el que desvincularse del seno materno para emprender un sendero por completo desconocido. Lo interesante del filme de Hosoda es que el proceso de emancipación es vivido a través de la experiencia de Hana, y no tanto de la que puedan vivir sus hijos. La aventura aquí, pues, es atreverse a dejar que una parte importante de nuestra vida se marche para construir su propio camino. 

Hosoda convoca a Ozu, cuyo cine transpira incluso a través de la textura ilusoria de la animación, para enfrentarse a ese solemne escenario en el que una casa abandonada acoge la llegada de una mujer y sus dos hijos. La casa remite de inmediato a aquella que albergaba, durante todo un fin de semana, a la multitudinaria familia de Summer Wars que se reunía para celebrar el cumpleaños de la abuela. La resonancia invita a pensar en el futuro de Hana, en cómo el nuevo hogar albergará nuevas generaciones. Tal vez Hana sea, en el fondo, la combativa abuela del anterior film de Mamoru Hosoda, o tal vez la reminiscencia hable en pasado y Hana esté ocupando la casa que la anterior familia abandonó, invitando a pensar en el ciclo eterno de las cosas que vuelven a repetirse o, más bien, a reconstruirse.

El característico estilo de animación del autor marca la película. Su complexión imposible ha subrayado siempre la fragilidad del mundo físico y la importancia de las relaciones y los gestos como auténtico motor del mundo. Cuando un personaje está preocupado o abatido, no existe rostro que lo defina, sólo una tenue sombra, un fantasma que deambula sin rumbo en el marco de la gran ciudad. Cuando hay esperanza los ojos son entonces enormes, brillantes, tal y como si el personaje hubiese renacido. No se trata de la mejor película de un cineasta irrepetible, en parte porque es menos grandilocuente que las anteriores y aquella aparente ausencia de ambiciones se torna en la equívoca sensación de estar asistiendo a una película menor. El aliento vital que respira libre en la película de Hosoda es, de nuevo, el mayor de sus triunfos. Wolf Children, al igual que las anteriores, vuelve a ser la dulce manera de convocar la fantástico para tratar de acercarse a la inexplicable experiencia de sentir la belleza de lo cotidiano. El cine de Hosoda vuelve a ser tan grande como la vida.