Malditos Bastardos (Quentin Tarantino, 2009)

Inglorious Basterds

Reescribir la historia. O al menos volver al pasado para fantasear con él a través del cine. Reescribir el cine. O al menos tomar las influencias de otros géneros para utilizarlos en una película nueva que se desligue completamente de esos referentes.

 

Es ésta la apuesta de Tarantino con sus ‘Malditos Bastardos’, servirse de unos acontecimientos históricos para crear su propia fantasía alrededor de ellos. De repente brilla con luz propia el asombroso poder del cine para cambiar, a su manera, el curso de la historia, representado a través de la pantalla sin importar que se trate de una imagen de la realidad o un cuento adolescente que fantasea con cambiar las cosas por puro capricho.

 

Una palabra sobrevuela toda la película y se convierte en el centro temático de ésta: La Venganza. Además a diversas escalas y distintos niveles. Venganza de los personajes judíos frente a los nazis, venganza de los americanos frente a los alemanes, venganza de la historia que se reescribe a sí misma a modo de carcajada, venganza de Tarantino que ridiculiza a todas las personalidades que odia y que aquí retrata con verismo pero también con injuria.

 

El relato por el que discurre esa venganza sobrealimentada camina a través de dos vías muy diferentes, que se entretejen y complementan entre sí: La de un grupo de batalla, cazadores de nazis que cortan la cabellera de sus enemigos, y la de una francesa judía que planea su venganza contra aquellos que asesinaron a sus padres durante la guerra.

 

Ambas líneas de acción construyen su venganza poco a poco, a la manera acostumbrada en la escritura de su autor, a través de largas escenas de diálogo donde no son pocos los momentos de altura en esa escritura maravillosa y donde también se dan cita la épica y la genialidad propia de la obra de un mitómano empedernido.

 

Se trata, pues, de una película que deambula bajo una falsa fantasía argumental. No es sólo esa premisa lo genial de la obra, sino el modo en que el humor transita bajo los poros de todos los momentos del filme y de la confrontación de tres idiomas distintos sin caer en la burla dantesca, ni en la vulgaridad con la que nos castigan últimamente las películas de humor.

 

Es ese equilibrio milagroso, que permanece desde la construcción del guión hasta la puesta en escena, en el que nada parece tomarse en serio, y al mismo tiempo se percibe un convencimiento latente sobre lo que se está narrando, lo que dota cada fotograma de una fuerza asombrosa.

 

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Ayuda mucho la fotografía de Robert Richardson, sobrecogedora y matizada a lo largo de las dos horas y media de metraje, y el casting perfecto de una película con una cantidad de personajes secundarios asombrosa (personajes, a su vez, maravillosamente escritos, y donde se puede encontrar una de las mejores recreaciones de Hitler y Goebbels de la historia del cine, a pesar del tono que toma la película frente a ellos).

 

Otro de los milagros del filme es que cada actor resulte acertado en sus excéntricas creaciones dentro de esa melé de personajes que pueblan la historia. Mélanie Laurent, Brad Pitt, Diane Kruger y, en especial, Christoph Waltz (el general Landa), brillan con luz propia entre el resto del reparto al ofrecer todos unas interpretaciones portentosas. 

 

Tarantino no renuncia nunca a la concepción pulp y serie B de su película, incluso cuando resulta ser una de sus obras mejor realizadas. Toma la música propia del western y su habitual estilo estructural y lo traslada al filme con un descaro y eficacia apabullantes, y de repente aquellos elementos toman aquí otro sentido, reciclados y reutilizados, igual de válidos que ante su cometido original.

 

El director no reinventa el western ni mucho menos. Simplemente toma lo que le sirve de ese género y se lo lleva a una película bélica en la que, en primera instancia, la relación con el western se antoja lejana. Sus acostumbradas transgresiones fílmicas quedan aquí relegadas en la práctica a un segundo plano, lo poco que queda de ellas es una división en capítulos, uno de ellos, eso sí, contado con un caprichoso flashback dentro de un flashback dentro de un flashback

 

Que nadie espere algo que Tarantino no puede ofrecer, pues su película está integrada, una vez más, por los mismos elementos que conviven siempre en su obra. El contexto histórico-político es sólo una excusa para extender su cine un paso más allá. Las interacciones entre dos interlocutores son largas y pausadas, mientras que la híper violencia, también omnipresente en todas sus películas, dura apenas unos segundos.

 

La postergación del clímax, la preparación de los momentos culminantes resulta en ‘Malditos Bastardos’ más extensa y mejor planificada que nunca en el cine de su autor, en una película que no ha sido concebida para todos los paladares. El realizador americano siempre ha sido considerado un director controvertido y es muy probable que en esta obra lleve esa controversia inherente a su personalidad cinematográfica hasta sus últimas consecuencias.

 

Una cinta repleta de humor, de sarcasmo y de muy poco respeto por la historia. Pero repleta también de grandes momentos, de gloriosas escenas, de gestos míticos, de fantásticos diálogos, repleta en definitiva de enormes razones por las que considerarla uno de los mejores filmes del año.

 

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