Madres & Hijas (Rodrigo García, 2009)

“Si tú la luz te la has llevado toda, cómo voy a esperar nada del alba? Y sin embargo mi boca espera, y mi alma espera, y tú me esperas”.

Tanto como los versos que Claudio Rodríguez escribió a su madre, las palabras del poeta resuenan en los ecos de una ausencia maternal de doble sentido en Madres & Hijas.

Cuando quien escribe lo hace con una pluma cargada de autenticidad, y al poner su historia en imágenes lo hace cargado de sinceridad, lo único que prevalece en la pantalla es el valor de lo verdadero, por encima de sus procedimientos previsibles o de sus pecados narrativos.

Rodrigo García, hijo de Gabriel García Márquez, compone un retrato universal, por complejo y por la dimensión de sus pretensiones, de la figura de la madre. Como si hubiera aprendido de la pluma maestra de su padre, lo construye a través de una historia central que se ramifica en media docena de subtramas diferentes.

El pecado de Rodrigo es el de querer insuflar de intensidad y de sobrecogimiento cada escena, tratando de superar a la anterior. También es, en el fondo, su mayor virtud: en una contemporaneidad en la que todos los argumentos posibles comprenden historias cruzadas, Madres & Hijas barre de un plumazo ese sinfín de construcciones mediocres a través de un argumento abrumador.

Sabe enganchar al espectador tocando con transparencia las fibras qué más nos duelen. Sabe conectarle a los corazones de sus personajes y sabe cómo conducirnos, a nosotros y a ellas al mismo tiempo, a la búsqueda de un sentido que dé forma a toda la experiencia.

Al realizador no le interesa la pirueta narrativa. La película no es una excusa que muestre su golpe de genio como escritor, como creen otros cineastas. La excusa de la historia cruzada le sirve al director para ofrecer todo un espectro, sensible e intenso, de universos femeninos enfrentados al crítico momento de sus vidas en los que maternidad hace su aparición. La película se erige como cálido y sentido homenaje a la figura materna más allá del mero drama existencial.

¿Qué hay de inverosímil en el relato? Las tres líneas argumentales principales son tan naturales como la vida misma. El guión sólo plantea la cercana conexión de los personajes como auténtico motor de la casualidad y la causalidad humana. Cuando Karen, la protagonista, descubre la ironía de esas conexiones, ríe tanto como nosotros.

La puesta en escena televisiva es uno de los males que arrastra ahora el autor tras su paso como realizador para la pantalla, con la serie En Terapia. La perfección visual y compositiva de Nueve Vidas, su obra maestra, ha desaparecido casi por completo, presente sólo en ligeros destellos de ingenio. La película acusa, en muchas ocasiones, el uso forzado del primer plano, del plano corto, de la narración visual pasiva y falta de creatividad, para terminar confeccionando un aspecto visual irregular, que Xavier Pérez Grobet trata de salvar a través de un luminoso, preciosista, hermoso trabajo fotográfico.

Edward Shearmur compone una banda sonora fragmentaria y de orquestación dispersa. La dulzura de sus temas centrales, sin embargo, la convierten en una partitura cargada de la misma intensidad que las escenas a las que acompaña. No se transforman entonces en un complemento perfecto, sino en una entidad propia que es también protagonista del drama.

Poco que decir frente a un excelente reparto coral, habituales en el cine de Rodrigo García, exceptuando a unas pletóricas Naomi Watts y Annette Benning en los roles principales, con las que trabaja por primera vez. Las interpretaciones de sus actores y, especialmente de sus actrices, son otra de esas cualidades de la película que la hace respirar, tener vida propia, alcanzar una verdad que supere las trampas de su narración, en ocasiones forzada o accidentada.

Madres & Hijas es una verdadera película de historias cruzadas. La simplicidad de su fuerza emotiva la convierte en una obra superior.