Machete (Robert Rodríguez, Ethan Maniquis, 2010)

Ya se han cumplido tres años desde que Robert Rodríguez y Quentin Tarantino creasen un artefacto de serie B cargado de una creatividad asombrosa.

Grindhouse, el proyecto conjunto de ambos cineastas, no sólo incluía una película de cada director, sino también una colección de falsos trailers, homenajeando a los programas dobles a los que asistían en su juventud.

Entre aquellos trailers, por divertido y por imposible, por grotesco y por salvaje, se llevaba la palma una de las creaciones de Rodríguez: Machete, con un Danny Trejo erigido en héroe de acción cuyas imágenes absurdas desprendían un humor y una caricaturización del género que el realizador nunca había conseguido con trabajos más serios.

Tres años después ve la luz el largometraje, codirigido por Ethan Maniquis y por él mismo, inspirado por aquel trailer y tratando de seguir su estela, bajo la estética que propuso Grindhouse, con el celuloide desgastado y los aires de cine americano de los setenta.

Sin embargo, el largometraje no ha encontrado la línea que explotó su trailer ficticio. El Machete que dura una hora y cuarenta minutos se encuentra ocupado siempre tratando de hilvanar las imágenes que incluía su trailer para darles coherencia, alrededor de un argumento insípido.

Si bien en Planet Terror, su mejor película, Rodríguez conseguía una historia que se burlara del subgénero que ocupaba sin renunciar nunca a la diversión ni al entretenimiento, aquí parece preocuparle más que Machete cobre vida, simplemente, antes que al interés que pueda suscitar su propia historia.

La figura redentora de Danny Trejo se diluye entre las historias paralelas que co-protagonizan Jessica Alba y Michelle Rodríguez, verdaderas maestras en el arte de robar planos a sus compañeros de reparto, plagado de estrellas y de caras conocidas.

El humor socarrón, la réplica vulgar, el gore más puntilloso, las acciones imposibles… Todo el cine de Rodríguez sigue ahí, respirando vivamente en la película. Pero las imágenes del trailer, la auténtica semilla creativa desde la que surge todo el relato, confrontadas al largometraje completo, siempre pendiente de dar cabida a aquellas imágenes, se muestran siempre por encima, en un nivel diferente.

En la diferencia entre la broma absurda y la recreación cinematográfica de esa broma se encuentran las señas de identidad de Robert Rodríguez: la capacidad genial del autor para encontrar ideas divertidísimas en torno a su género favorito, y la incapacidad para crear una buena película a partir de sus ideas.