“Los campos de hoy son las semillas del mañana”, dice Sara (Emily Blunt) cuando el protagonista de Looper sugiere quemar los campos de la granja en la que esperan encontrar a su objetivo. Y tras esa frase, pensar en Joe (Joseph Gordon-Levitt) atravesando esos campos sin saber hacia dónde va cobra un nuevo sentido.
Hablar de Looper es una nueva oportunidad para hablar también de Brick (2005), aquella pequeña y estupenda película que presagiaba en la figura de Rian Johnson a un maestro de los disfraces en cuestión de géneros cinematográficos. Allí vestía de drama high school un relato de auténtico cine negro. Aquí disfraza de ciencia-ficción pulp un potente discurso personal que resultará inaprensible para aquellos que se acerquen a la película cegados por las paradojas temporales y los efectos visuales.
Joe (Gordon-Levitt) trabaja como sicario eliminando a víctimas que son enviadas desde el futuro al tiempo presente, con la intención de no dejar rastro alguno sobre los crímenes. Una vez presentada la premisa, y con el objetivo de impedir la supervivencia de cualquier testigo, Joe recibe a su yo del futuro (Bruce Willis) para ejecutarse a sí mismo y borrar toda huella posible. Se inicia así un relato en el que el propio Willis nos pide, mientras da un puñetazo sobre la mesa, que no pensemos en las tracerías argumentales o en si sus paradojas serían realmente posibles, o en los qué ocurriría si… En su lugar nos ruega que centremos todas nuestras energías en la persona amada, la que ha conocido en ese futuro y la razón por la que ahora desea cambiar el presente.
Pues de eso habla, en el fondo, una película con el sofisticado disfraz de la ficción adolescente que intenta tender puentes hacia el entendimiento. De los cambios que provoca el amor en nuestra manera de pensar y de actuar. La mujer a la que conoce en el futuro y que le empuja a pensar que otro mundo es posible, tanto como el amor maternal que, más tarde, acaparará la cinta casi por completo en un discurso que insiste, con acertada sutileza, en esas transformaciones que el amor paciente e incondicional pueden obrar sobre los seres queridos, esta vez en el contexto de una madre y su hijo, y que sortean cualquier futuro prefijado y derrotan a cualquier destino funesto.
Pensar ahora en los campos que Joe (Gordon-Levitt) recorre en soledad y sin saber hacia dónde se dirige cobra, como decíamos, un nuevo sentido. Nuestro yo presente que camina sin saber a dónde le llevarán sus pasos. Pensar en lo estúpido que ve Joe (Bruce Willis) a su versión de joven no hace sino darle enriquecedoras dimensiones al filme. Y lo ve de esa manera, simple, vanidosa e ingenua, porque aún no ha vivido las hermosas y al mismo tiempo dolorosas transformaciones que el paso del tiempo ha ido esculpiendo sobre el protagonista.
Además de una fotografía que ayuda a estilizar la representación de esta historia de idas y venidas, de rehacer y reescribir la historia personal, lo más importante de Rian Johnson en la manera de filmar Looper son las elipsis. No vemos morir a los personajes más importantes de la película, se nos niega el momento de su ejecución. Looper no se centra en sus potenciales momentos de acción, que bien podrían haber trasladado la cinta al terreno de la pura acción y debilitar la fuerza de su auténtico discurso. Un ejercicio de montaje, por tanto, hábilmente construido.
Pero no sólo de éxitos se compone la película, y aquí conviene dejar a un lado su aspecto de proyecto impecable y eficaz y reconocer ciertos aspectos insalvables. Uno de los hechos que mayores problemas presenta es la dificultad para identificar quién o quiénes son nuestros alter ego en la pantalla. Ese delicado planteamiento viene del hecho de saber que es la vida del viejo Joe (Bruce Willis) la que hemos presenciado en su totalidad y, por tanto, que en el presente alternativo Willis sea considerado un villano dispuesto a terminar con la armonía reinante crea conflicto. ¿Debería ponerse el espectador del lado del joven Joe (Gordon-Levitt) aunque la única historia real que conocemos es la de un Joe que ha vivido una vida muy diferente?
En cualquier caso esos detalles no importan tanto mientras haya al menos un personaje con el que poder identificarse y que sustente el peso de un relato respaldado en sus cualidades subjetivas. ¿Pero y el trabajo de puesta en escena? Si algo puede achacársele a Looper (y esto sí que es una auténtica paradoja) es la falta de un brío visual que eleve por encima de lo puramente argumental el desfile de imágenes a las que asistimos. En ese sentido la película es tremendamente imaginativa cuando debe mostrar un desplazamiento en coche, cuando describe la caída desde una ventana o cuando las escenas nocturnas ofrecen falsas capas de información adicional, pero en campo abierto y a plena luz del día esas mismas fastuosas imágenes se revelan como absolutamente planas, y no están ayudadas por el trabajo interpretativo de un elenco de superestrellas que, en el fondo, cuando no sobreactúan (Paul Dano) dan muestras de estar notablemente limitadas (Gordon-Levitt).
¿Dónde queda, entonces, el trabajo con la cámara que hiciera Rian Johnson en la ya mencionada Brick? Allí sí que existía un mayor cuidado por lo visual en el sentido de intentar que aquellas imágenes hablasen. En eso el director parece haber hecho el mismo viaje que su protagonista pero en sentido inverso. El Rian Johnson del pasado era más interesante visualmente que el de ahora. Tal vez las peculiaridades argumentales de una película tan enrevesada como Looper empujasen al realizador a pensar en la forma más sencilla de contar su historia y no en la más lucida. La mejor película posible, sacrificando los mejores elogios posibles hacia el propio autor. Otro encuentro más con las decisiones de un cineasta que ha pensado siempre en sus películas más que en sí mismo. Al igual que Bruce Willis en el filme, Rian Johnson parece haber aprendido de las transformaciones ocasionadas por su propia travesía vital.