Lejos de la Tierra Quemada (Guillermo Arriaga, 2008)

TierraQuemada

Para Guillermo Arriaga, tanto como para los espectadores, esta ópera prima era toda una prueba de fuego. Obra importante en el sentido de que los egos y las ínfulas de control por parte de dos personalidades fuertes como las de Alejandro González-Iñárritu y el propio Arriaga dieron al traste con uno de los tándems más importantes de la última década de la historia del cine. La película era, pues, una manera de ver si la nueva forma de participar del cine de Arriaga iba a ser satisfactoria a partir de ahora que también es director.

El resultado es irregular. Arriaga firma, por cuarta vez consecutiva, un guión asombroso construido a través de esas historias fragmentadas que se han convertido en su seña de identidad (que tan buenas películas ha dado, y a la vez, que tanto daño han hecho en los espectadores por parte de aquellos que han intentado emularle). Su ingenioso artefacto vuelve a ser tan contundente como intenso, tan duro como apasionante, más cercano quizás a 21 gramos que a la ampulosa Babel, más fuertemente influenciada por Iñárritu.

Pero como director, Arriaga juega a ser lo más neutral posible, a realizar los encuadres más obvios y las maneras más convencionales a favor de que el guión brille con luz propia, sacrificando toda la intensidad de las imágenes. La película queda convertida así en un filme de segunda categoría, sin una puesta en escena que sea capaz de dotar de fuerza a la narración, sin una lectura intensa tras la cámara en la que las imágenes resulten impactantes ni sugerentes. Su relación con los otros aspectos también resulta mediocre: una fotografía también neutral, un montaje convencional, en definitiva, todo tiene el aspecto de un filme tosco y hecho con apatía o, al menos, con incapacidad total para comunicar algo que vaya más allá de lo que hay plasmado en el texto.

Dos hechos relegan a la película, finalmente, a un resultado desigual en la prometedora idea de una película dirigida por este brillante guionista:

Uno tiene que ver con una de las historias cruzadas, verdadero elemento narrativo del autor. En una de esas líneas de acción, descubrimos que se trata de la juventud de un personaje que ya ha aparecido. No nos encontramos frente a tres historias diferentes, sino a dos, en las que una de ellas se desdobla en el tiempo y da lugar a una tercera línea dramática que articula todo el resto.

Las estructuras fragmentadas de Arriaga señalaban furiosamente con el dedo la enorme complejidad del mundo moderno, la fragilidad de los hilos de la casualidad y el destino, la confrontación de los personajes en un mundo global, casual y causal, que los situaba frente a interacciones capaces de cambiar sus vidas para siempre. Que una de las líneas narrativas pertenezca a otro espacio temporal dinamita aquel enorme valor y diluye la importancia de la decisión estructural tanto como la intensidad de la trama queda apagada.

Y el otro hecho tiene más que ver con el plano actoral y es que quien merece todos los elogios en su trabajo en el filme es el pequeño papel de Kim Basinger, que realiza una creación maravillosa y creíble, en detrimento de Charlize Theron. Que la protagonista absoluta de la película quede ensombrecida por alguien que apenas ocupa la mitad de tiempo que ésta en pantalla resulta alarmante, y no sólo eso. Que Kim Basinger, la mejor actriz de la función, esté situada en la historia precisamente anacrónica dentro de las líneas temporales del argumento, terminan por descompensar el filme del todo.

Desde ese preciso momento puede confirmarse que la ópera prima de Guillermo Arriaga no es una obra maestra, y que está lejos de los logros cinematográficos de las obras que realizó junto al director mexicano y compañero de profesión. Sin embargo se trata de una obra intensa y poderosa, llena de dramatismo, poseedora de una hermosa historia y de un guión soberbio. Disfrutar de la película no implica esfuerzo alguno. El esfuerzo al que invita es, como de costumbre, el maravilloso ejercicio de reconstrucción de las historias, que finalmente conforman un duro e intenso puzzle que no es otro que la vida misma disfrazada de ejercicio literario.