Parece difícil no pensar en Las ventajas de ser un marginado como una película para adolescentes, inofensiva y de corto alcance. Lo que subyace bajo su superficie, sin embargo, tiene poco que ver con la clásica representación banal del mundo adolescente. El libro de Stephen Chbosky y esta posterior película parece tener más intención de retratar el nostálgico recuerdo de una época que de aprovecharse de ella y de su poder de convocatoria para construir cualquier relato intrascendente.
A partir de la enésima invocación del personaje autobiográfico, tímido, introvertido e imposible de representar con éxito en la pantalla, Las ventajas de ser un marginado despliega alrededor de su personaje central toda una variada fauna de personajes que convoca aquel período vital bajo un tono de pura nostalgia. “Éramos infinitos”, dice el protagonista echando la vista atrás, hacia aquella época que ahora le queda tan lejana. Puede que de eso trate esta película, de invocar la sensación de que todo era posible aún cuando éramos esclavos de nuestros propios temores. La perspectiva del tiempo ayuda a superar aquellos temores, pero también olvida por el camino aquella sensación de grandeza. Las ventajas de ser un marginado lucha por recuperar una sensación, antes que construir su fuerza vital a partir del propio relato.
El encanto de lo representado viene de su cuidada ambientación pero también de las propias situaciones propuestas. Jóvenes que se encuentran aislados a pesar de estar rodeados de gente y que, a partir de su encuentro, se sienten salvados. Rescatados, en cierta manera. La dificultad de resistirse a la manera en que está contado el relato radica en el respeto y la sencillez, en la dulzura y la ternura con que trata todo aquello que experimenta por vez primera un chico tan retraído como de espíritu valiente. No trata sólo de imitar aquellas situaciones que todos hemos vivido y convertirlas en espectáculo televisivo, sino de subrayar el valor de haberlas experimentado, de recuperar el espíritu que nos impulsaba antaño.
De ahí el triunfo sobre otras películas de su género. No se trata de concebir las más imaginativas situaciones, el humor más refinado o la gamberrada más espectacular, sino de despertar un sentimiento de plenitud que parece quedarse dormido en la edad adulta a través de una representación de lo sencillo. Las ventajas de ser un marginado mira con nostalgia a aquellos años mientras su protagonista, en lugar de vivir la época que le ha tocado, continúa aún presa de su pasado, de una infancia maldita. En ese sentido, se trata de una película importante, pues estamos ante la primera película del género en el siglo XXI que no necesita convocar a sus referentes de los años ochenta para construirse a sí misma, ni en términos narrativos ni tampoco en lo argumental. El film de Chbosky tiene una identidad propia que escapa al cliché a partir de detalles diminutos.
El éxito de su representación le debe mucho a su trío protagonista, con libertad absoluta en lo interpretativo para excederse en una colección de muecas o de gestos grandilocuentes. Cuentan con la libertad de una época vital en la que excederse y llegar a los límites es parte del día a día. No sólo ellos resultan creíbles, también el generoso reparto que los rodea contribuye a hacer de la ficción un pequeño mundo en miniatura. ¿Hay alguna otra escena que relate la primera experiencia sexual de un adolescente con la naturalidad que aquí se expone? El tono de Las ventajas de ser un marginado intenta no magnificar ninguna de sus situaciones para darle la perspectiva y trascendencia adecuadas.
No es una película moralista o en absoluto condescendiente, y sin embargo la tosca manera de acercarse al trauma infantil del protagonista está a punto de relegar la película a las antípodas de la función televisiva más convencional. En esas aguas navega la película, con unas intenciones nobles que parecen desdibujarse a través del imaginario popular sobre la representación adolescente. En otras palabras, el espectador podría confundir este film con el enésimo encuentro con el relato juvenil en el que sólo importa la diversión y la empatía con los sentimientos de sus protagonistas. Por eso Las ventajas de ser un marginado es una película superior al resto, porque en aquel “Éramos infinitos” no hay un deseo de convertirse en la próxima frase recurrente del público juvenil. No es tampoco el deseo de quien ya ha sido adolescente y quiere volver a serlo para evitar la confrontación con el mundo adulto. Se trata del más sincero canto de amor de alguien que nunca pudo hacer las paces con una época que ahora puede ver con otros ojos.