Gangster Squad (Ruben Fleischer, 2013)

Sería ingenuo no esperar que Ruben Fleischer se convirtiera en uno de los creadores de las más aparatosas películas de gran presupuesto hollywoodiense después de su primera comedia, hábil mezcla de géneros, Zombieland (2009). También sería atrevido no advertir el sorprendente cambio de estilo desde aquella hasta esta otra, o tal vez el abandono de una firma personal a favor de un piloto automático que encaje en un armazón convencional de tan descomunales proporciones.

Porque de eso va Gangster Squad, de gigantismo. De proporciones deliberadamente desmesuradas para acercarse a una sencilla historia de cine negro. Lo incomprensible parte de la certeza de que, a lo largo de su filmografía, Fleischer ha encontrado siempre momentos más brillantes cuanto más sencillo es lo que plantea. Mucho más interesante cuanto menos en serio se tomaba a sí mismo. ¿De dónde nace, entonces, esta desproporcionada ambición? ¿Dónde han quedado las ausencias de ambición y autoconsciencia, el gusto por lo imprevisible  que le convertían en un autor prometedor y esa falta de autocrítica que antes abundaba?

Se suele decir, y con razón, que las disciplinas artísticas que conforman una película son realmente buenas cuando ninguna de ellas destaca por encima del resto. Aquí, sin embargo, la dirección artística engulle todo argumento posible, se superpone a él tanto como el vestuario se superpone a sus personajes. Esos excesos derivan en impostura, en la representación de una caricatura en lugar de la recreación de una época. Incluso Dion Beebe, excelente y reconocido fotógrafo, se muestra aquí tan sobrecargado que su capacidad artística se desdibuja.

Son excesos que tienen que ver con la ausencia de contrapunto. La historia está construida en base a los arquetipos más manidos del género al que se adhiere el filme, y la falta de matices genera que esa ampulosidad de lo representado funcione como un elemento que termina saturando, no como reclamo artístico.  Nunca un vestido sencillo, para magnificar el vestuario. Nunca un edificio sencillo, para magnificar la dirección de arte. Nunca una escena con iluminación natural a pleno día, sino un festival de escenas nocturnas para magnificar la fotografía. Película y disciplinas artísticas sin medida, que terminan por empañar sus respectivos logros. La poderosa música de Steve Jablonsky naufraga en su búsqueda de lo épico cuando buena parte del planteamiento estético del filme no puede evitar lo ridículo.

En ese sentido, la ridiculez viene generada por la comparación con aquellos filmes a los que Gangster Squad quiere parecerse de manera descarada. La película no soporta la comparación con Los Intocables (Brian de Palma, 1987), su más claro referente. Pero la impostura queda revelada cuando Fleischer quiere imitar al Scorsese de Uno de los nuestros (1990) en uno de los planos iniciales. No vale la pena insistir en la poderosa influencia de esta película en las generaciones posteriores de cineastas, especialmente en aquellos que entendieron sus recursos bajo una mera fascinación estética sin sentido narrativo. Por eso Fleischer fracasa cuando quiere copiar el plano-secuencia de la entrada al restaurante a través de las cocinas y lo utiliza para filmar la entrada de su héroe en el local de moda. Si allí aquel recurso gramatical servía para mostrar un estilo de vida, aquí funciona como puro exhibicionismo técnico.

Lejos de interiorizar ese recurso y de integrarlo como una mejor manera de contar su historia, como sí ocurría con Paul Thomas Anderson, ese alumno aventajado, en el comienzo de Boogie Nights (1998), la arbitrariedad de su uso aquí revela las profundas grietas de un relato que no carece de cierta pasión en lo narrado pero que parece haber sido rodada con prisas, o al menos, sin tiempo para escoger la mejor manera de poner en escena los momentos clave del relato. En otras palabras, las imágenes de Fleischer transpiran enormes ganas de narrar una historia de un género que parece fascinarle, pero no encuentran nunca la forma de superar el ensimismamiento que produce esa misma fascinación. El autor se contenta con poner en pie la función y la apoya en los rótulos del basado en hechos reales como único sustento.

Es posible que Gangster Squad abra las puertas a Ruben Fleischer a la hora de concebir películas de mayor tamaño y dimensiones, si bien esta ha evidenciado ya que aún está lejos de domar el relato épico de gran tamaño. La esperanza es que esa puerta que ha conseguido abrir no le exija una vez más renunciar a su propia personalidad como cineasta, como sí ha ocurrido aquí. El monstruo habrá crecido de tamaño, pero ahora es el doble de intrascendente.