Acaparadora de premios y elogios durante el pasado año, la mejor película alemana desde ‘El hundimiento’ se presenta, ya desde los primeros minutos, embarcada en una historia épica que no se detendrá ya hasta su electrizante resolución.
Con un actor principal soberbio recreando a un fantástico personaje que sufre un cambio radical en su ideología y sus valores por la dureza de las circunstancias, la película avanza sigilosamente mientras éste espía a una pareja de artistas, magníficamente recreados también, y somos testigos de esa escucha silenciosa de la que se nos hace partícipes con una facilidad pasmosa gracias a la habilidad narrativa de su director y a la agilidad de su guión.
Fotografía, música y montaje se dan la mano para llevarnos a ese universo ochentero casi claustrofóbico, lleno de intrigas y de injusticias políticas de las que el autor parece distanciarse y no criticar, sino usar el doble juego moral de justificarse en que muestra la realidad tal como sucedió.
Un epílogo largo en demasía pero que ayuda a cerrar la historia con gran belleza y dejar un buen sabor en el espectador contribuyen a redondear una película a veces fría en exceso, distante con sus personajes en la manera de abordarlos, pero cuya trama no deja indiferente por ese verismo radical con el que está contada.
Ópera prima del director alemán Donnersmarck (a quien habrá que seguir con lupa) que deslumbra por su fluidez narrativa, su pulso y su garra, y que aúna fuerza y valentía al mirar a la historia de la Alemania reciente y contarla con crudeza y realismo, se convierte en una de esas películas fáciles de seguir preferidas por crítica y público, que ante lo accesible de su discurso y grandeza del tema creen encontrarse ante una obra maestra.