La Ola (Dennis Gansel, 2008)

DieWelle

¿Puede una película contemporánea mostrar el proceso de establecimiento de una dictadura? ¿Puede una película actual sobre adolescentes atreverse a mirar con actitud crítica su propia historia y exponer los riesgos de volver a repetirla? Dennis Gansel plantea estos delicados temas en su nueva película, no sin cierta ingenuidad y bajo un tono descafeinado que ayuda a mitigar la profundidad y densidad de lo que intenta analizar.

El cine alemán no deja de bucear en su historia reciente en sus últimas grandes producciones, con brillantes resultados de taquilla y una aceptable calidad cinematográfica que consigue traspasar sus fronteras. Después de haberle tocado a diversos episodios de la historia en su propio contexto, La Ola plantea una revisión de la alemania nazi a través de la visión de una clase de instituto que trabaja sobre su propio proyecto centrado en la autocracia.

Gansel filma con mucha soltura su primer largometraje, y expone los hechos, basados en un caso real, con una marcada apariencia contrarreloj y con mucha fluidez. El resultado sin embargo es desigual. La película permanece siempre claramente enfocada a los más jóvenes, y la obligada inclusión de subtramas que implican a los chicos del instituto acaba por diluir la trama principal en un vaivén de fiestas adolescentes y de otras historias que poco importan para el desarrollo de la principal.

Queda así dispersa una premisa con un gran potencial del que sólo se aprovechan ciertos recursos, en la que el director está siempre pendiente de no sobrepasar la línea de lo polémico ni de transgredir en ningún momento. A pesar de lo delicado de la trama, es ésta una película con una corrección política absoluta.

La brillantez estética está resuelta con brío, con su autor más preocupado por el control que por una condición narrativa de mayor poder personal. Equilibrios éstos en definitiva nada fáciles para un realizador primerizo que salda su primera incursión en el largo con buena nota y en el  que uno echa de menos más riesgo por su parte, una mayor trasgresión en lo que cuenta y menos corrección moral, pues su fuerte premisa dramática acaba convertida por momentos en un filme cualquiera de instituto.

Las interpretaciones en general, frías y poco pulidas, poco importan pues el guión no ofrece más que una cara gastada y estereotipada del adolescente medio de hoy. Ni siquiera el profesor rebelde consigue desnivelar el que a su personaje se le vaya el experimento de las manos con que a él se le quede grande su propio papel.

Es pues una película donde las historias personales no son más que una excusa, tal como la premisa de la que intenta hablar. La Ola finalmente se convierte en una moralina de lo más correcta, una fábula que busca el consenso entre todos los tipos de espectadores, de contenido evidente, de una sola cara y accesible a todos los públicos, y que no se compromete con sí misma en ningún momento, lo cual hace que su final, errático y discutible, provoque aristas en más de un espectador.

Ahí es donde falla la obra de Gansel, perteneciente a esa gran generación de directores germanos que no temen mirar al pasado con cierta visión crítica, pero que tampoco se atreven a ir más allá de una descafeinada corrección política que envía por desgracia sus trabajos a la concepción del blockbuster americano más previsible.