El espectador despistado, y también el crítico perezoso, podría advertir enseguida las similitudes entre las dos últimas obras de Kathryn Bigelow. Si The Hurt Locker (2008) fue aquella que consagrase a la directora en un cine comercial no exento de cierto compromiso social, la escenificación de la caza y captura de Bin Laden en La noche más oscura podría inducir a un peligroso reduccionismo de la obra y la visión de la audaz, ingobernable cineasta. Cine militar, o la guerra como única motivación argumental.
Lo cierto es que bajo esa superficie puede percibirse el deseo último de la realizadora, en unas intenciones que tienen más que ver con sacar a la luz la verdad que permanece oculta, o que las autoridades se encargan de emborronar, de un país en el que no es oro todo cuanto reluce. De ahí nace el deseo de dar vida a estas películas, en las que la directora ha encontrado el equilibrio entre su deseo de que el cine sirva como revulsivo que esclarezca los agujeros negros de la historia reciente de su país, junto con una cierta vocación comercial avalada por el éxito de crítica con que cuentan sus últimos filmes.
La cercanía temática de ambas obras revela una indiscutible verdad: que los aciertos visuales y la maestría narrativa que aquí acontece estaban ya presentes en The Hurt Locker, y esa perspectiva debe entrar necesariamente en juego para valorar a La noche más oscura en su justa medida. Bajo las mismas reglas, los mismos esquemas visuales y la misma política de montaje, esta nueva película casi podría verse como una reescritura de aquella en un contexto diferente. La diferencia es que el tema aquí permite edificar toda una concepción estética en todo a la noche, a la oscuridad, que crea un poderoso universo visual tan propio como sugestivo.
Y bajo esa perspectiva, la última media hora de la película supone un refinamiento, quizás una superación, de las imponentes virtudes visuales establecidas en The Hurt Locker. Qué clase magistral de fotografía nocturna en exteriores. La elección de sus planos y su incontestable dominio del ritmo, en constante crescendo, entregan una pieza mayor de indudable intensidad, que contrasta con la primera parte de la película donde son otros los elementos en juego. Allí parece tener cabida una película diferente. Una en la que la guerra en los despachos es tan importante como la que se libra en campo abierto. Una película que en otras manos podría haber sido, con facilidad, un completo desastre, y cuyo dominio visual se ve comprometido por el exceso de tópicos de un guión endeble.
En ese sentido la realizadora parece haber encontrado en Mark Boal, el guionista de ambas obras, al perfecto compañero de trabajo capaz de complementar el suyo. Mientras la visión documental, excesivamente analítica y fervientemente realista de Bigelow propician los más intensos momentos de la cinta, es la escritura de Boal la que intenta dar cohesión a esos fogonazos de gran cine, a partir de un trasfondo argumental sobre el que pueda sostenerse esta incontestable reina de lo visual. Ese equilibrio no siempre queda del todo conseguido. De hecho, parece existir una incómoda lucha entre el guión convencional propio de Hollywood y la auténtica película que subyace en la visión de la cineasta, en el que se suceden un round de cada una por separado sin que haya nunca sensación de unidad. De ahí la profunda libertad que respira el tramo final, cuando las tracerías argumentales quedan abandonadas por completo y ya sólo existe el deseo de filmar lo documental.
La presencia de Jessica Chastain, en una recreación tan intensa como la de su directora tras la cámara, supone también uno de los escollos sobre los que debe avanzar la cinta para justificar la presencia del personaje. Es mucho más interesante una película llevada a hombros por un protagonista con el que resulte sencillo identificarse, ¿pero qué hacer cuando la existencia de ese personaje obliga a la trama a forzar determinados escenarios para dar cabida al lucimiento del individuo? ¿O cuando es necesario imprimir de cierta personalidad a los soldados que efectuarán la operación aún cuando sean simples estereotipos? En ese sentido, el personaje de Jessica Chastain es más interesante cuando menos relación tiene con ese vínculo de lo argumental. Dicho de otro modo, la película se vuelve mucho más intensa cuando se limita a recrear su historia a partir de imágenes que a partir de textos literarios.
Bajo esa perspectiva no es difícil reconocer que el mejor plano protagonizado por la soberbia actriz es aquel que cierra la película, entre lágrimas, que puede suponer tanto el alivio de haber concluido la misión como de la imposibilidad de volver a casa tras años de búsqueda de una venganza definitiva sobre una afrenta incurable. Y aquí es donde puede que Bigelow despliegue del todo su discurso como cineasta, cuando su cámara se queda unos minutos más de lo necesario filmando esa última mirada, tal y como ocurría en su película anterior. Sus héroes han salvado a la nación, han cumplido con sus objetivos, pero al hacerlo también se han desvinculado por completo de todo rastro de humanidad. Volver a casa es entonces una tarea imposible.
La realizadora refleja finalmente a sus héroes como espectros, devuelve a la imagen mítica su condición humana y al humano le permite sufrir, conmoverse ante las consecuencias de la barbarie. Curiosamente, el cine de Kathryn Bigelow ha vuelto a revelarse como un cine capaz de gritar las verdades que esconde la historia justo cuando sus personajes permanecen en silencio.