La Influencia (Pedro Aguilera, 2006)

Influencia

La ópera primera de Pedro Aguilera es un duro cuento acerca del proceso depresivo de una madre soltera, que va cayendo en la pobreza a paso veloz hasta terminar en una situación insostenible, arrastrando con ella a sus dos hijos.

Aguilera parece querer detenerse en el contraste de la vitalidad de ambos niños frente a la apatía incorregible de su madre, y fortalecer el optimismo mostrando esas diferencias en gestos cotidianos que se hacen poderosos vistas a través de la lente del director. Su estilo de rodaje, de imagen limpia y cristalina y de significado críptico, se enclava en el corazón mismo del cine moderno, atesorando mil virtudes en su pequeña y humilde proporción.

La película, a pesar de su muy bajo presupuesto, atesora dentro de sí grandes ideas (la secuencia inicial del título es ya magnífica) y grandes decisiones que parecen tomadas por un autor maduro y consagrado. El material que trata y la forma de jugar con él recuerda a los autores franceses de la nouvelle vage, pero su gusto por el plano cerrado, la steady-cam, la cruel descripción de los caminos de la incomunicación y una narración circular y medida al milímetro lo podrían emparentar más con el cine de Kubrick que con cualquier otra “influencia”.

Eso sí, la cinta escapa a la agonía humana del director inglés, salvada por las acciones de dos niños que no saben lo que le ocurre a su madre y que tratan de continuar su vida normalmente a pesar de las circunstancias que se dan y que no entienden. Ese tour de force entre el optimismo y el abandono personal termina siempre en empate, comedido por las ansias de que sea el espectador quien decida el bando por el que decantarse.

El filme sin embargo está rodado en una tesitura trágica y solemne, llena de fuerza y de silencios que congelan la imagen y le dan mayor profundidad a las acciones escondidas de sus personajes. Esa forma narrativa contenida y silenciosa se torna en ocasiones insoportable, difícil de digerir por las duras situaciones que presenta, por cómo cada metáfora de la película se muestra de forma desgarrada, y toda cualidad entrañable por estar la infancia presente queda desdibujada en un mundo que obliga a los niños a conducir sus vidas antes de haber aprendido a manejar el volante, metáfora soterrada que Aguilera se toma al pie de la letra en un épico, desolador final.

Tres actores no profesionales que salvan sus papeles con dignidad y la estupenda dirección hace el resto. Tan sólo cinco personas en el equipo de rodaje. Thomas Thallis acompaña la película en numerosas secuencias con uno de sus motetes, sin que llegue a resultar cómoda del todo esta única y minimalista decisión musical para la banda sonora de una película que transmite sentimientos muy diferentes a los que destila esa obra. Thallis sólo consigue producir distanciamiento.

Y cuando por fin nos hemos distanciado del todo, gracias a su desesperante ritmo y a la agonía existencial de dos niños condenados a una trágica soledad, un largo plano de las nubes sobre la ciudad avanzando a pasos agigantados vuelve a colocar la magnitud del relato en el epicentro mismo de la tragedia: una historia sin finales felices que, a pesar de todo, lucha por sacar a flote a sus diminutos y dulces personajes hasta que todo lo que han vivido se convierte en un muro infranqueable y ya no les dejará seguir avanzando.

* CAMEO vuelve a apostar por el cine español de calidad y edita una película que fue estrenada en cuatro cines de España (de Madrid, concretamente) y ninguneada por la comunidad cinematográfica, que le dio la espalda en su propio país mientras ella triunfaba en el festival de Cannes de 2007. Su estreno en DVD es también un triunfo. El esfuerzo de la distribuidora, unido al renombre que ha alcanzado el productor Carlos Reygadas con la dirección de su nueva obra (“Luz Silenciosa”) han permitido el relanzamiento de esta maravillosa obra de un prometedor autor, al menos en formato doméstico.