La imagen perdida (Rithy Panh, 2013)

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Rithy Panh trata de contar su experiencia en los campos de Camboya durante el genocidio perpetrado por los Jemeres Rojos. Al hacerlo, se da cuenta de la imposibilidad de encontrar imágenes que vayan más allá de las recogidas por el propio régimen, que trataba de documentar la felicidad en los campos a través de una farsa. El realizador decide entonces representar lo vivido con la ayuda de Sarith Mang, escultor, a través de pequeñas miniaturas de madera que escenifican cada recuerdo del pasado.

Su largometraje se convierte entonces en una forma de resistencia: ya no es posible encontrar las imágenes perdidas, que ya solo pueden vivir en su memoria, pero sus recuerdos pueden generar nuevas imágenes. La poesía que alcanzan las filmaciones de las pequeñas miniaturas, unida a la voz en off del propio Panh, acaba generando una película más decisiva que cualquier imagen real de los acontecimientos, porque ella no solo funciona como documento de denuncia de una injusticia concreta, sino que al interrogarse sobre sus formas se está revelando también como un imprescindible documento cinematográfico. En palabras del autor: «dejar de proponer la búsqueda de una imagen, sino la imagen de una búsqueda.»

Es curioso que el film invite a conmoverse ante el testimonio, cuando el realizador huye de todo discurso emotivo. El dispositivo funciona a partir de tres pasos: primero las palabras de Panh dibujan un escenario, las figuras de madera intentan sugerir una imagen concreta más allá de las palabras, y finalmente es el espectador quien reconstruye su particular imagen de los hechos. ¿Existe una manera más hermosa de hacer partícipe al público? Sería difícil encontrarla.

Convendría plantearse, a pesar de todo, los límites de este mecanismo. Si realmente es capaz de resistir la duración del largometraje o si sus conquistas encuentran una cierta limitación. La imagen perdida lucha contra esa posibilidad al confrontar el escenario que crean las miniaturas con las propias imágenes de archivo concebidas por el régimen, y el testimonio de Panh revela las falsas apariencias de las imágenes de archivo al tiempo que una cierta verdad en sus dioramas. De repente las figuras de madera ya no están tan lejos de lo real. Quizás ese sea el gran triunfo de la película. 

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