“¿Listos para el próximo truco?”, dice Cooper (Matthew McConaughey) después de sortear con una pirueta los peligros del espacio. Tras la voz del personaje casi puede escucharse la del cineasta, constructor de grandes bloques argumentales sobre los que estructurar sus propias piruetas narrativas. En cierto sentido, las películas de Christopher Nolan han terminado pareciéndose a una revisión de su propio montaje: necesitan tanto tiempo para explicar las reglas en las que se desarrolla la acción que, con la intención de acercarse a un metraje manejable, los prolegómenos quedan atrapados entre mares de información y abruptos cortes de montaje, con personajes que escupen datos y prometen que lo que ocurrirá una hora después será espectacular.
En ese sentido la película más cercana a Interstellar es la propia Inception (2010), y no ningún referente de la ciencia-ficción con los que se intenta equiparar al film bajo el deseo de situarla en un olimpo que le resulta, en realidad, remotamente alcanzable. Y no solo guarda similitudes estructurales con aquella, sino que el discurso es también el mismo: el vínculo entre dos personas que se aman (coqueteando siempre con lo obsesivo) es el único motor del mundo. Únicamente que, mientras Inception hablaba también de los peligros de aquellas obsesiones, Interstellar se consagra a proponer el épico y definitivo homenaje a esa sobrecogedora capacidad de amar.
El resultado es una película llena de sensiblería pero carente de sensibilidad, pues no son los actos los que conducen a la emoción sino frases lapidarias, a menudo intrusivas, pronunciadas por unos protagonistas que parecieran olvidar, de súbito, el carácter que los construía. Un film lacrimógeno en su intento de hablar desde una cierta mirada sentimental, en tanto que Nolan construye sus películas desde un absoluto control del tempo pero también desde la ausencia absoluta de medida, y ese talante bendice a sus impresionantes secuencias de acción tanto como condena a los momentos de corte afectivo. En ese sentido, sus películas terminan teniendo más virtudes como atracción de feria que como discurso cinematográfico, por mucho que intente disfrazar sus relatos bajo el irrebatible revestimiento de lo científico.
Es curioso, a ese respecto, que a la película no le importe construir un intrincado trasfondo científico para terminar jugando con una ingenuidad desmesurada en su fondo. Basta con contemplar el poco cuidado, el excesivo subrayado, la constante insistencia con la que se trata al fantasma que habita la librería en el primer tercio de metraje. Demasiadas pistas para un film pretendidamente sobrado de inteligencia. Su epílogo o la improbable subtrama del Dr. Mann (Matt Damon), que pareciera sacada de una mala novela del género de los años cincuenta, son otros obstáculos que plantea una película decididamente sustentada en su historia antes que en sus planteamientos visuales. Y conviene poner todo esto en perspectiva para poder contemplar la auténtica dimensión de la película y no dejarse llevar por el fulgor de sus fuegos artificiales, compartir su mirada ilusionada y ensoñadora pero evitar abrazarla sin reservas, que es lo mismo que haber perdido todo juicio crítico. Dicho esto, ahora sí, uno puede abandonarse a esos momentos, entre exposición y exposición, donde la magnitud del espectáculo pirotécnico es tal que ya no importa argumento alguno.
Y eso es quizá lo más sorprendente: que una película esclavizada por su argumento encuentre sus mejores secuencias, precisamente, en esos momentos en los que puede desprenderse de él. Mareas imposibles que ponen en peligro a los personajes, o agujeros negros que sortear en la inmensidad del espacio. Nolan cree a ciegas en el relato clásico, en la buena historia que se paladea a sorbos pequeños, que es lo mismo que creer en la necesidad de justificarlo todo, en el pudor por disfrutar del placer culpable y obligarse a disfrazarlo siempre de discurso superlativo. En ese sentido Interstellar está lejos de las grandes epopeyas cósmicas y más cerca de lo que parece de Contact (Robert Zemeckis, 1997). Una película que tendría que ser libre como el viento ha terminado siendo una simple puesta a punto de aquella.