Héroes (Pau Freixas, 2010)

La historia de Pau Freixas sobre el adulto que vuelve al lugar de su infancia y se replantea toda su vida no cuenta, en esencia, nada nuevo.

Lo interesante de la propuesta es la sensibilidad con que está contada la película, y el haber concretado una época determinada con tanta fidelidad (el principio de los años ochenta) ofrece como resultado un doble éxito: por un lado, el de contar el pasado del protagonista de una manera absolutamente detallista y concreta, y por otro, el de servir también como homenaje a esa época y a esos años que parecen perdidos en el recuerdo.

Construida bajo los cánones de una producción televisiva, pero con la suficiente personalidad tras la cámara para encontrar una identidad propia que insufle de vida la película, Héroes tiene el privilegio de encontrar en la sencillez de su puesta en escena la mejor manera de representar la época en la que suceden los acontecimientos de la niñez.

El filme busca, con esmero y paciencia, un pico de intensidad emocional que vuelve a diluirse por la reiteración de sus materiales, cuando las dosis de melancolía del relato son tan fuertes que ahogan al argumento hasta convertirlo en un simple desfile de momentos que evoquen los mejores años de vida de un personaje hastiado.

Tiene en la nostalgia su mejor aliado, y el peor se encuentra en su innecesaria estructura en forma de flashback, que sólo encuentra justificación (y muy poca) en sus últimos minutos de metraje.

Llena de buenos sentimientos y de una ternura capaz de traspasar la pantalla (en la que la música de Arnau Bataller tiene buena culpa), la película termina centrándose demasiado en la recreación de la nostalgia pasada y desdibuja su historia y el discurso que cuenta, convirtiéndose así en un mero homenaje a los años en los que transcurre la infancia de sus criaturas.

Excelente casting infantil para un grupo de personajes trazados con igual mimo. En su grupo humano se encuentra la mayor joya de la película, incluso por encima de su excelente trabajo de ambientación, donde Los Goonies y otro centenar de referentes de la época se evocan constantemente con una doble intención.

Por un lado, mostrar cuáles son las influencias directas del filme (o su modelo a alcanzar), y de otra parte, construir esa acertada atmósfera de nostalgia para cierta generación (y sólo para esa generación) a partir de sus iconos más reconocibles.

La mayor heroicidad de Pau Freixas no ha sido solamente ofrecer un bonito y sentido homenaje a la generación que creció en los años ochenta en forma de regalo de una película maravillosa, sino el haberse atrevido a filmar con una sensibilidad y melancolía ausentes del cine del presente, convencido de que hacer uso de esas virtudes es la mejor manera de mirar hacia el pasado.