Basada en la original idea de retratar la vida de un super villano, Gru podría ser el contraplano de Los Increíbles, aquella película sobre el día a día de una familia de superhéroes, la obra de Pixar que más similitudes guarda con la presente cinta.
Si en aquella obra cumbre del cine de animación un argumento sólido y profundo se unía a unos personajes maravillosamente perfilados, aquí todo el esfuerzo está centrado en el carisma de sus criaturas y en los detalles que las animan y las dotan de vida.
La historia queda entonces confinada a un desarrollo convencional: a los infructuosos intentos de un villano por ser el malvado más importante del mundo, que abandona progresivamente ese deseo por el de hacerse cargo de tres pequeñas niñas que aparecen en su vida durante el transcurso de sus maquiavélicos planes.
En cuanto aparecen las tres hermanitas huérfanas en la historia, el relato cambia de tono, y ellas se convierten en auténticas protagonistas. La historia se dispersa poco a poco, y termina por centrarse en la ternura y la calidez que desprende el proceso de cambio del personaje principal, de malo malísimo a padre ejemplar.
Incapaz de combinar ambos mundos, como sí hacía la enorme película de Pixar que Gru toma como modelo, la cinta termina por enfocarse más hacia el lado infantil y a las soluciones argumentales más fáciles esperando que sean los mil detalles de su portentosa animación los que le ganen la partida a la falta de sustancia.
Así pues lo más disfrutable reside en admirar las aventuras de las niñas, o el centenar de momentos de humor que protagonizan los simpáticos ayudantes de laboratorio del super villano. El tono tierno y displicente del filme ayuda mucho a centrar la mirada en esos detalles en detrimento de la historia que cuenta.
Hans Zimmer en un trabajo musical rutinario para una película que tiene en la caracterización de personajes su mayor tesoro, su mejor recurso. A pesar de la originalidad de su premisa, su historia parece ser, sin embargo, la de siempre.